Acoso escolar, cuando tu hijo es el agresor

Pilar González (EFE)
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Los valores de la familia y de la escuela, el control y los estilos educativos pueden influir en la personalidad de estos perfiles, que se teme que hayan aumentado con la pandemia

Todavía no hay estudios que lo avalen, pero los especialistas temen que durante la pandemia haya aumentado el acoso entre escolares, señaladamente el ciberacoso. A los padres les preocupa que su hijo o hija pueda ser la víctima, pero ¿qué sucede cuando se descubre que es el agresor? Rosario del Rey, profesora del departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla, especializada en formación del profesorado sobre convivencia, acoso escolar y ciberacoso, explica una serie de claves de esta compleja realidad.

Lo primero que deja claro: no se puede hablar de un perfil del niño acosador, porque se trata de una suma de factores y variables. Las situaciones resultan tan intricadas que chicos que agreden en un contexto, pueden ser victimas en otro. Además tanto el acoso presencial como el ciberacoso «tiene mucho que ver con el contexto, las circunstancias, las características de las persona, los amigos…». En definitiva, hay pocos estudios que respalden relaciones causales. «Sí es verdad que hay agresores en los que están más representados unas variantes determinadas, por ejemplo los impulsivos tienen mayor probabilidad de serlo, pero hay muchos impulsivos que no lo son», señala la profesora.

Los menores, refiere, están en proceso de aprender muchas cosas, entre ellas, a relacionarse, a regular su agresividad. «A lo largo de los años vamos modulando la forma de interactuar con los demás, y hay algunos menores a los que les cuesta más trabajo y tenemos que reeducarlos en ese sentido», expone. Los estudios respaldan que desde el contexto educativo se pueden fortalecer efectos protectores que debilitan otros.

«Estamos hablando de habilidades sociales y de criterio moral, es decir identificar lo que está bien o mal en unas u otras circunstancias», valora. Desde esas circunstancias los estudios analizan también factores psicológicos como la  impulsividad, la falta de reflexión y regulación en la toma de decisiones o la escasa tolerancia a la frustración.

En relación a esta última apunta que está aumentando: «No estamos educando a nuestros menores a que sepan tolerar situaciones de frustración cuando no consiguen lo que quieren», advierte. Además, se da la paradoja de que «siempre encuentran razones de su fracaso o comportamiento en agentes e externos; eso hace que regulen menos sus fortalezas y debilidades». 

«La mayoría de la gente que agrede no se autoidentifica como tal porque entra en procesos de desconexión moral», alerta. Se ha observado que cuando ellos no son protagonistas de la agresión son capaces de interpretar que está mal, «pero cuando son parte de la historia utilizan estrategias de desconexión moral».

Relata la investigadora que cuando los padres normalmente no tienen conciencia de que su hijo es agresor en el colegio, y cuando se les pone en conocimiento, las reacciones suelen ser muy diferentes, muchos tienen que pasar un proceso parecido al duelo, que empieza siempre en la fase de negación. Luego, algunos progenitores lo aceptan y entran en la fase de la pena, pero hay otros a los que les cuesta mucho trabajo y esfuerzo aceptarlo.

Otros se sienten culpables y se preguntan en qué han fallado, pero educar a unos adolescentes hoy en día es muy complicado y hay que intentar aunar esfuerzos.

Algunas de estas reacciones, sostiene, tienen mucho que ver en cómo se afronta la situación y cómo se hace la comunicación desde los colegios a las familias.

«Hay veces que se hace poniendo la etiqueta de culpabilidad al hijo, en vez de plantear que tenemos un problema y hay que solucionarlo entre todos», indica la experta.

Por otro lado, es verdad que los valores de la familia y de la escuela, el control y los estilos educativos también influyen.