Personajes con historia - La Reina Leonor

La normanda que amó y embelleció a Castilla


La esposa del gran Alfonso VIII, vencedor de Las Navas, fundó el Monasterio burgalés de las Huelgas y fue artífice del esplendor de ciudades como Cuenca

Antonio Pérez Henares - 07/02/2021

No hay español que no sepa quién fue Robin Hood, personaje sajón de muy dudosa existencia real, y pocos que no hayan oído de su contemporáneo y señor el rey inglés, normando, llamado Ricardo y apodado Corazón de León. Ambos, el arquero y el monarca paradigmas cinematográficos, aunque este último fuera en verdad un piernas que emprendió una desastrosa cruzada sin fruto alguno, su cautiverio al retornar apresado por el archiduque austríaco, arruinar a su país para pagar su rescate, morir luego en el asalto a un castillo francés y sumir al reino en un período de zozobra y violencia al ser sucedido por su hermano, Juan sin Tierra, a quien los españoles, este como malo de la película, también conocen.

Pero, miserias nuestras, seguro que apenas hay quien sepa quién fue la gran Reina Leonor de Castilla y una de las más trascendentales de España, y si me apuran tampoco serán muchos los que conozcan a su esposo, Alfonso VIII, nada menos que el vencedor de las Navas, a quien acompañó en la vida y en el trono a lo largo de 44 años, desde que ella, una niña de 10 y el un joven a punto de 15, se casaron en Tarazona, para luego celebrar la boda en Burgos. Estuvieron unidos hasta en la muerte, pues ambos fallecieron el mismo año, en 1214, y con tan solo 24 días de diferencia, en los que Leonor fue regente del Reino, ambos a causa de las fiebres, posiblemente malaria. Antes habían padecido el doloroso fallecimiento de su primogénito, el Príncipe Fernando, a sus escasos 20 años y cuando ya combatía al lado de su padre contra los almohades en 1211, un año antes de la decisiva batalla que salvó a los reinos cristianos de España y tal vez a la propia Europa.

Leonor era hija de la fabulosa y tantas veces novelada Leonor de Aquitania, octava de sus 10 hijos -los mismos que ella tuvo- y dos veces reina primero de Francia, casada con Luis VII y después de Inglaterra, con Enrique II.

Coro de la nave central  del Monasterio de Santa María la Real de Huelgas. En primer plano, sepulcros de Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra.Coro de la nave central del Monasterio de Santa María la Real de Huelgas. En primer plano, sepulcros de Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra. - Foto: Jesús J. MatíasLa Reina castellana había nacido en Normandía, en el castillo de Domfront, de la estirpe de los temibles vikingos, no eran otra cosa los normandos, conquistaron gran parte de Francia y luego hicieron lo propio con Inglaterra. Aquellas tierras, que eran más extensas y ricas que la del propio rey francés, habían pasado por el matrimonio de su madre con Enrique a la corona inglesa y estuvieron en el origen de la larga y muy cruenta guerra de los 100 años entre los dos países. Por cierto, la lengua natal y utilizada en la corte de Ricardo Corazón de León, de Juan Sin Tierra y de Leonor no era el inglés, sino el francés, que es el que llegó hablando a tierras españolas para casarse muy niña con Alfonso VIII, tras haber sido recogida en Burdeos por el arzobispo de Toledo y los obispos de Burgos, Palencia, Segovia y Calahorra amen del todopoderoso jefe de la casa Lara y ayo, don Nuño Pérez de Lara y los más importantes condes del Reino. Alfonso la esperó en tierra aragonesa, en Tarazona, donde reinaba su primo, otro Alfonso, el II de allí, casado con su tía, doña Sancha. 

Alfonso no era mucho mayor que ella, los musulmanes le llamaban el Rey Pequeño, pues había heredado el trono a los tres años, huérfano de padre, Sancho III y madre, Blanca de Navarra y cuya niñez había sido dura y azarosa y había forjado en él un carácter y dado una entereza impropia de sus pocos años. Ambos eran dos niños que unieron para siempre sus destinos desde que se cogieron de la mano ante el altar en Tarazona. Ella aprendería muy pronto la lengua y las costumbres de Castilla, amaría a su tierra y se convertiría en la más castellana de las reinas. No se separarían nunca, a no ser que ella hubiera de quedar en retaguardia de las expediciones guerreras por él emprendidas, pero procuraba no hacerlo demasiado acercándose incluso a la peligrosa frontera musulmana. Atienza, la gran fortaleza de la extremadura castellana, que un día había salvado a Alfonso de ser entregado a su tío el Rey de León, fue uno de sus lugares favoritos y de ella queda el mejor de los recuerdos. Hasta embarazada, cuando ya tuvo edad de consumar el matrimonio y comenzó a darle hijos, a los 18 años, Leonor intentaba no estar lejos de Alfonso.

Es por ello que la muy relatada leyenda de los amores del Rey con la hermosa judía toledana y un pretendido encierro con ella de nada menos que siete años es pura fábula. Que hubiera judía hermosa en Toledo, era bien seguro, que el Rey tuviera con alguna un romance, hasta puede, pero que ello tuviera relevancia, continuidad y hasta castigo, se atribuye a ello la derrota de Alfonso en Alarcos, es simplemente una patraña. Eso sí, muy bella y bien contada por las mejores plumas, hasta la de Lope y atizada por el romanticismo incluso en Alemania. Pero en realidad fue siglos después cuando se anotó como historia un leyenda apócrifa, la supuesta historia, en La Crónica General sin que hubiera mención alguna, ni aún menos documento, en las del reinado de Alfonso ni en las de sus sucesores. Pero las leyendas ben trovatas dan mucho más juego que las verdades. Ahora y siempre. 

 

800 años de la catedral de Burgos

Leonor le dio a Alfonso VIII 10 hijos que vivieron tras el parto. Los varones fueron muriendo, el primero Sancho a poco de nacer, los Sanchos castellanos parecen tener mal fario, y solo el mas pequeño, Enrique, llegó a entronizar, que no ha reinar, pues tenía 11 años cuando una teja desprendida le alcanzó en la cabeza y acabó con su vida. Habría de ser la hija mayor, Berenguela, quien regentara Castilla y la preservara para su hijo, tenido con el Rey leonés, Alfonso IX, Fernando III. El nieto sería, en vez del llorado hijo de su mismo nombre, quien completara la obra de la pareja, explotando la gran victoria de Las Navas y conquistando todo Al-Andalus, su primo el aragonés Jaime, se encargó de hacerlo con el Levante, excepto el reino de Granada, y además unificara definitivamente las coronas leonesa y castellana. El sería quien haría de Burgos una ciudad de enorme prestancia, poniendo la primera piedra de su excepcional catedral gótica hace ahora, en este que comenzamos, 800 años.

La impronta de la Reina Leonor se dejó sentir desde casi su llegada en Castilla. Con ella llegó un viento de la mejor Aquitania y de la cultura europea. Su abuelo el duque Guillermo había sido uno de los peregrinos precursores en el Camino de Santiago, habiendo fallecido a los pies del sepulcro del Apóstol en sospechosas circunstancias y ella impulsó y cuidó aquella ruta para hacer de ella la entrada y conexión cultural y también política con Europa. A su amparo no dejaron de llegar maestros canteros, constructores, juglares, nobles aquitanos y caballeros gascones (era también señora de Gascuña) que se aposentaron en Castilla. Hay pueblos que conservan su patronímico, como Gascueña de Bornoba en las cercanías de Atienza (Guadalajara), a la que fortificó aún más y donde en alguna de las iglesias se percibe el nuevo estilo arquitectónico. Pero, sin duda, es lo mas perenne y hermoso de su legado. 

Y quedan de su labor obras monumentales que hoy están entre las mas grandes joyas y símbolos de nuestro patrimonio. El impresionante monasterio burgalés de la Huelgas es uno de ellos, obligada visita hoy para todo el que quiera sentir el aire y el arte de medievo. Su hija Constanza fue su primera abadesa y allí se encuentran los sepulcros de la pareja real y, en una sala contigua, los de la mayoría de sus hijos. Allí se conserva el famoso pendón arrebatado al califa almohade de Al-Nasir en Las Navas. 

Cuenca es otra de las ciudades que le debe mucho. Cautivada por el impactante enclave y su telúrica belleza quiso convertirla, no es broma, en un pequeño Jerusalén, que se había perdido para los cristianos. A su empeño se debe el inicio de su catedral, que por ello y los canteros traídos al efecto, tiene el sello inconfundible del estilo gótico normando.

La heredera a la Corona

Hay también algo en el haber de Leonor que pasa todavía más desapercibido. Muy probablemente fue Leonor, como buena representante de una estirpe de señores del mar, quien susurró al Rey Alfonso y este escuchó con aprovechamiento la necesidad de que Castilla se convirtiera en una potencia marinera. De ahí surgió el otorgar fueros y privilegios, al igual que se otorgaban a las tierras y ciudades mas duras de la frontera, a villas y gentes cantábricas, a Santander, Laredo, San Vicente de la Barquera y Castro Urdiales, para que construyeran los barcos que iban a ser el germen de la hegemonía de esa escuadra castellana, que durante siglos señoreó los mares.

No fue baladí tampoco la ayuda prestada a su marido en el mundo de la diplomacia y a través de sus poderosos parientes logró en buena medida que el Papa Inocencio declarara cruzada el combate mortal y decisivo contra el terrible imperio almohade.

Esa fue Leonor de Plantagenet, de Aquitania, y y más que de ningún lado, Reina de Castilla. Nacida en un castillo normando y muerta un 31 de octubre de 2014 en el monasterio castellano de las Huelgas que ella misma había fundado. Una gran Reina, y un hermoso nombre que quiero pensar algo tenga que ver en haber sido el elegido tantos siglos después por los actuales Reyes de España para dárselo a la heredera de la Corona, la Infanta Leonor, actual Princesa de Asturias.