Personajes con historia - Pedro II de Aragón

El más gentil caballero y gran aliado de Castilla contra los almohades


Antonio Pérez Henares - 24/01/2022

De los tres reyes que protagonizaron la carga decisiva en la crucial batalla de las Navas de Tolosa, el que ha quedado más oscurecido en la Historia ha sido el joven, leal y temerario rey de Aragón. Sin embargo, si hubo alguien cuya lealtad y amistad fue decisiva para la acosada Castilla en su lucha contra el terrible imperio almohade ese no fue otro que Pedro II de Aragón. Él fue quien ayudó al ya entonces maduro rey castellano Alfonso VIII a aguantar los peores momentos de tribulación que habían comenzado con su derrota en Alarcos (1195) y que llegaron a su punto de máxima dificultad cuando el califa Al Nasir atacó la frontera en el año 1211 tomando el castillo calatravo de Salvatierra. Aragón, con Pedro II, siempre estuvo a su lado, jamás le falló, como buen hijo de la reina doña Sancha, tía del rey castellano, y de Alfonso II, un gran rey que como él unía a la corona aragonesa el condado de Barcelona y las tierras occitanas al otro lado de los Pirineos. La defensa de sus súbditos cátaros de estas últimas le costarían a la postre la vida a Pedro ante los cruzados de Simón de Monfort. Precisamente a él, que llevó el apodo de El Católico. Pero que puso por delante sus deberes para con sus vasallos a todo lo demás.

En el asalto al palenque del califa almohade Al Nasir, el impetuoso Pedro había sufrido ya una lanzada en un costado que pudo acabar con su vida. Su cota de malla logró detener el filo del acero musulmán aquel 16 de julio de 1212 en las Navas pero no pudo parar la lanza del cruzado apenas un año después, el 13 de septiembre de 1213, en la batalla de Muret.

Pedro II de Aragón nació en Huesca en el año 1178 y amén de ser educado junto a su hermano Alfonso, heredero luego de la Provenza, en los valores que todo rey cristiano de la época debía tener, estuvo imbuido por el espíritu caballeresco y trascendente de las órdenes militares, en su caso especialmente la del Temple. Armado caballero por su padre al cumplir los 10 años en el monasterio de Sigena en 1188, le sucedió tan solo ocho después, a los 18 como rey de Aragón, conde de Barcelona y con extensas propiedades en la occitania francesa a las que añadió luego algunas más tras su matrimonio con María de Monpelier. Su hermano Alfonso recibió la Provenza y sus hermanas fueron casando muy bien. Constanza primero con Aymerich de Hungría y al quedar viuda con Federico II de Sicilia, luego emperador del Sacro Imperio. Leonor con el Conde Ramón VI de Tolosa y Sancha, con Ramón VII hijo de aquel. Dos hermanos entraron en religión. Dolca en el monasterio de Sigena del que el rey fue pródigo protector y Fernando como abad en Montearagón. Don Pedro, cosa muy inusual, tratándose de lindes y de reyes, tuvo con todos ellos el mejor y más fraternal trato. 

El más gentil caballero y gran aliado de Castilla contra los almohadesEl más gentil caballero y gran aliado de Castilla contra los almohades - Foto: jmmj Según el testamento de su padre, el joven rey quedaba bajo la custodia, hasta cumplir los 20, de su madre doña Sancha de Castilla, con quien tuvo siempre una especial relación que fue benéfica y balsámica ante todo en las relaciones con el entonces atribulado rey castellano Alfonso VIII. Este, sobrino suyo, estaba siendo acosado tras Alarcos no solo por los almohades sino por el rey de León, también tío suyo, Fernando y por el de Navarra que establecieron alianzas y hasta recibieron apoyo de las tropas africanas. Pedro II ya en aquel mismo año en que ocupó el trono, tras solventar algunas disputas menores y fijar de común acuerdo sus fronteras, estableció un pacto con el castellano al que ambos serían siempre fieles y que incluso les trascendería y continuarían sus herederos. Sus hijos, y entre ambos consiguieron mantener a raya a los triunfantes almohades y frenar en seco las ambiciones y ataques de, sobre todo, el rey leonés. La corona de Aragón, desde la época de Sancho Ramírez, tenía una particular relación con el Papado, pues este monarca había enfeudado su reino al Vaticano y lo había puesto bajo la protección de San Pedro (1068) siglo y medio después y viajó a Roma con un espectacular séquito para ser coronado por el gran Inocencio III el día 11 de noviembre de 1204 en una espectacular ceremonia con pleno de cardenales y obispos celebrado en el Transtebere donde el pontífice le impuso las insignias reales y él juró vasallaje y fidelidad a la Santa Sede. A la postre, y por defender a sus vasallos, habría de enfrentarse a él.

Era el rey Pedro un joven rey y un gentil caballero, de damas muy bien servido, por cierto, pues desde muy joven tuvo mucho gusto por ellas y ellas lo tuvieron por él, al igual que lo tenía por la música y la veladas nocturnas acompañadas por juglares, canciones y vino. Pero que no se quería casar y se resistió a ello hasta el mismo año en que se produjo la ceremonia romana y solo fruto de la presión que le urgía a hacerlo y procrear un heredero lo hizo con María de Monpelier, que venía ya de otros dos, y a la que desde un principio hizo tan poco caso que dice la leyenda que para concebir tuvo que hacerse pasar por una de las muchas damas que acababan compartiendo su lecho y al que la Monpelier no era nunca invitada. Pedro II quiso incluso repudiarla y anular su enlace para casarse con María Monferrato, que le gustaba mucho más y era la heredera del ya solo existente en el sueño cruzado reino de Jerusalén.

Los asuntos peninsulares los lidió Pedro II con el mayor de los tinos y obtuvo en ello su mayor triunfo. Cuando Al Nasir, que amenazaba con abrevar sus caballos en las fuentes de Roma, se lanzó al ataque en 1211, fue él, ayudado por el hijo de Alfonso VIII, el prematuramente fallecido ese mismo año, infante Fernando, quien convenció al castellano de no ir a la batalla campal ante fuerzas tan superiores, quedarse agazapados en las sierras abulenses, mientras el Miramamolin asediaba Salvatierra y aguardar al año siguiente para poder recabar todos los apoyos posibles y entonces ser ellos los que lanzarse, con Cruzada de por medio proclamada por Inocencio III, al ataque. Una apuesta que, a pesar de haber estado a punto de convertirse en desastre, desafección de los cruzados francos, bloqueó del desfiladero de la Losa y momento en la batalla en que la derrota pudo ser el resultado, acabó por ser tan exitosa y definitiva que inclinaría ya para siempre la balanza del lado cristiano y a la postre supondría el fin de Al-Andalus tal y como hasta entonces había sido y supuesto de amenaza letal. Las Navas supondrían, además del triunfo y un prestigio que resonó en toda Europa, un inmenso botín que le sirvió al aragonés para llenar sus arcas que estaban no solo vacías sino llenas de agujeros y deudas. Alfonso VIII fue muy generoso con él e incluso le dio como regalo, compartido con el rey Sancho el Fuerte de Navarra, las tiendas y grandes bienes en joyas, enseres y sedas que había en el palenque del califa derrotado. 

Un golpe para el reino

Pero no serían ninguno de los dos leales amigos, don Alfonso de Castilla y don Pedro de Aragón, quienes explotarían su triunfo y culminarían su empeño contra el Islam. Si el primero murió tan solo dos años después, antes aún lo haría su joven aliado pues sería al año siguiente cuando la muerte le estaría esperando en Muret. Habrían de ser el nieto del primero, Fernando III el Santo y el hijo del segundo, Jaime I el Conquistador, emparentados de nuevo y también firmes aliados a su vez, quienes remataran su obra. 

El rey Pedro II se vio a la postre obligado a intervenir en defensa de sus vasallos al otro lado del Pirineo, pues aprovechando la excusa de los cátaros la monarquía capeta emprendió una campaña que bendijo como cruzada el papa Inocencio III, aunque hubiera sido el que le coronó a él, para así acabar con la herejía albigense y que lo que buscaba era anexionarse toda la región del Midi francés. La suerte le fue adversa al rey gentil, combatió con bravura, arrojo y temeridad, fue en la vanguardia con sus tropas y acabó siendo aislado y en medio de un potente grupo de caballeros franceses, aunque también dicen las malas lenguas que aquella noche, según acostumbraba, tampoco la había empleado en descansar y dormir sino en más placenteros menesteres, y quizás por todo ello sucumbió a la lanzas de Simón de Monfort y, al caer, cayó derrotado Aragón. Su cadáver fue recogido por los caballeros del Hospital de San Juan y llevado a su casa convento en la cercana Toulouse. De allí cuatro años después conseguiría su hijo Jaime autorización del nuevo papa, Honorio II, para trasladarlos al monasterio sanjuanista de Sigena, que tanto había favorecido y en él que reposaban ya su madre doña Sancha, que había sido su fundadora y su hermana Dolca en el que había profesado.

La derrota supuso, además, un durísimo golpe para el reino, pues amén de la derrota el heredero, apenas un niño, Jaime, nacido en Monpelier, quedó en manos de Simón de Monfort, pues fruto de unas negociaciones anteriores e incluso un acuerdo luego roto, de un matrimonio cuando llegara el momento de este con la hija del francés, se encontraba en su ciudad y feudo de Carcasona. 

El papa Inocencio III en cierta medida conmocionado por la muerte de quien, aún habiéndose enfrentado a él, le tenía en gran estima intervino con decisión a requerimiento de la nobleza aragonesa y catalana que exigían al Monfort la restitución del heredero. El pontífice mediante una bula exigió la inmediata devolución del joven Jaime, algo que consiguió, siendo entregado en Narbona en abril del 1214 a una delegación de nobles aragoneses encabezados por el maestre del Temple en Aragón, Guillem de Montredón, que se hizo cargo de su tutela y de su educación, pues era tan solo un niño, en el castillo templario de Monzón. Pero antes, en Lérida, se produjo el solemne acto en el cual las cortes conjuntas del reino de Aragón y del condado de Barcelona, lo juraron como rey, el que sería Jaime I el Conquistador y se convertiría en uno de los más poderosos y recordados monarcas no solo de su reino sino de toda la Historia de España y que según consta en sus escritos mantuvo por su padre una fuerte devoción y orgullo recordando que era hijo del vencedor de las Navas de Tolosa.