¡Quieto todo el mundo!

Feli Agustín
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Tres diputados riojanos que vivieron en el Congreso la noche del 23F resaltan la actitud de Juan Carlos I como esencial en la defensa de la democracia y muestran su escepticismo, decepción y crítica con la política actual

El teniente coronel Antonio Tejero Molina, durante el golpe de estado. - Foto: EFE

José Manuel García-Margallo,  ministro de Asuntos Exteriores durante el Gobierno de Mariano Rajoy fue, en la tarde del 23 de febrero de 1981, el primer diputado en votar para la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo como presidente del Gobierno en sustitución de Adolfo Suárez que había presentado su dimisión unas semanas antes.

A las 18,23, un grupo de 200 guardias civiles irrumpió en el Parlamento a las órdenes del teniente coronel Antonio Tejero, quien, con dos tiros al aire y al grito de «¡Quieto todo el mundo!», dio inicio a un golpe de estado y plasmó con este gesto una de las imágenes más icónicas de la Transición y de la historia de España. Tres de los cuatro diputados que procedían de la entonces provincia de Logroño, los centristas Ángel Jaime Baró y Luis Javier Rodríguez Moroy, y el socialista Javier Sáenz Cosculluela  coinciden en que reaccionaron entre el estupor y la rabia y defienden de manera unánime la respuesta de Juan Carlos I, cuya actuación en los últimos años entienden que no debe empañar la defensa de la democracia que ejerció aquella noche.

Ángel Jaime Baró, que había sustituido poco más de dos meses antes a José María Gil-Albert, recuerda aquella noche como un «momento extraordinario». «Es como si se hubiera presentado un alienígena en el hemiciclo, fueron momentos de estupefacción», señala quien fuera después presidente del Consejo Regulador, que señala que la rabia y la decepción fueron los sentimientos que le invadieron cuando fue consciente del acontecimiento que estaba viviendo al pensar que la «democracia podía verse truncada». 

Indica que alguno de los diputados presentes en la Cámara tenía un transistor, de tal manera que el discurso del rey les transmitió «tranquilidad». Relata que había pasado la jornada en casa de sus padres, que residían en Madrid, cuyos vecinos, de Fuerza Nueva, tenían colgada en el tendedero una recién lavada bandera de España, lo que, visto en retrospectiva, le hizo sospechar de una trama civil que nunca se ha llegado a demostrar.

Destaca el importante papel que jugó la figura de Juan Carlos I, «fundamental para mantener la democracia en nuestro país», a pesar de la «decepción» que le han causado los últimos acontecimientos conocidos sobre el rey emérito.

Contempla con «preocupación en intranquilidad»  el momento que vive nuestro país y, partidario de un «liberalismo socialmente corregido», entiende que es necesario seguir «luchando» por estas ideas.

En el centro se sitúa también el fundador del PR, Luis Javier Rodríguez Moroy, que  coincide en que la «insólita» situación le provocó «incredulidad y cierto miedo, que poco a poco se fue relajando» gracias a la información que llegaba a través de un transistor, aunque hubo «momentos de absoluta tensión». Fue una noche muy larga, recuerda el que fuera primer presidente del  Gobierno riojano, quien agradece de manera «total, absoluta y sin reparo alguno» la actuación del rey Juan Carlos que, «lamentablemente, nos ha defraudado con actuaciones que, posiblemente, sean imperdonables».

Igualmente, destaca «la respuesta del pueblo», que se manifestó claramente en defensa de la democracia, de tal manera que, entiende que «a quienes dudaban de que la democracia se había consolidado, la manifestación del día siguiente evidenció que «los que estaban equivocados eran ellos».

Confiesa su «decepción» con la vida política actual y por el «envilecimiento» de los principios por los que se debe regir. «Vivimos en una sociedad de derechos, pero nadie habla de obligaciones; vivimos en una frivolidad y ligereza absoluta, damos opiniones mediante frases brevísimas sin ninguna justificación», opina el expresidente, que piensa que son políticas «egoístas y crean separación». Con el centro «desaparecido», los mensajes que calan son «los más radicales e incendiarios» e interesan «muy poco los que son conciliadores o intentan unir», reflexiona.

«Fue un intento por acabar con el amanecer de la democracia, que corrió un grave peligro», entiende el socialista -sigue siendo militante del PSOE- Javier Sáenz Cosculluela, que resalta, al igual que Baró y Moroy, el comportamiento «eficiente, cuidadoso y enormemente  trascendente» de Juan Carlos I.

«Sentí la tristeza y la angustia porque se podía terminar de nuevo con la democracia y volver a una dictadura militar; aquello me conmocionó mucho», confiesa Cosculluela, que define el comportamiento de Adolfo Suárez como de una «dignidad extraordinaria, fue un hombre gallardo», al que piensa que la historia ha hecho justicia.

El que luego fuera ministro de Obras Públicas se muestra escéptico porque ni cree «en este gobierno de coalición, Podemos me resulta insufrible,  ni veo en la oposición atisbo alguno de sensatez, con una derecha desquiciada».