La Rioja degusta la primavera

El Día
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La región hace del vino, la cultura y el tapeo sello de buena vida e invita a disfrutar de planes cercanos y diferentes

La variedad de paisajes, cultivos y tonalidades hacen de La Rioja una enorme paleta de color. En la foto, paraje de San Asensio, con almendros en flor, cepas y verdes campos de cereal. - Foto: La Rioja Turismo

Si Gonzalo de Berceo, el primer poeta en lengua castellana, escribió hace 800 años sobre el bon vino, es natural que en su tierra natal el elixir que sale de la viña y se venera en medio mundo alcance la categoría de cultura. El vino ejerce de hilo conductor al recorrer La Rioja, aunque el paisaje de viñedo deje paso a bosques, peñas y montañas conforme se gana altitud hacia las sierras que marcan frontera al sur.

Y las cepas, muchas de ellas centenarias, despuntan ya con nuevos brotes, señal de que la primavera saca al campo del letargo invernal. La región de los siete valles es acogedora en cualquier momento, pero la estación florida ofrece el punto justo de frescura y calidez para una visita con la cultura y el vino entremezclados para seducir a foráneos, pero también a riojanas y riojanos, en un paisaje caleidoscópico, con tradiciones ancestrales y arte de vanguardia, con gastronomía popular y de estrella Michelin, con castillos y monasterios, calles de tapeo y bodegas que proporcionan experiencias únicas.

El catálogo de opciones puede parecer abrumador, pero la Comunidad guarda sus mil y una esencias en un espacio que permite ascender en una mañana desde los sotos del Ebro a las cumbres de Cameros, al filo de los 2.000 metros de altitud. Y esa particularidad se convierte en un opción muy atractiva para una Semana Santa diferente, a la puerta de casa, con sorpresas y emociones por descubrir.  

En el epicentro, Logroño atesora arte monumental y otras joyas, como la calle Laurel y sus aledañas San Juan y San Agustín, donde el tapeo es casi religión y la hostelería local marida pinchos de siempre ('champis', setas, patatas bravas, zapatillas...) en barras centenarias con notables muestras de nueva cocina.  Por mucho que se  haya frecuentado, la ronda por sus bares siempre regala nuevos sabores y sensaciones y es excusa perfecta para el reencuentro con amigos o para agasajar a invitados de fuera.

Bodegas con resonancias decimonónicas y otras de atrevida arquitectura permiten convertirse en enoturista en tierra propia. La región da para mucho: de sus 500 bodegas, más de un centenar son visitables y cada una guarda sus tesoros. Son 'templos' de cultura enológica que lo mismo enseñan los misterios de la vinificación en cursos de cata o las propiedades antioxidantes de la uva con la vinoterapia, que dejan recorrer en bici sus viñedos. Calados y salas de barricas contagian quietud y sosiego bajo tierra, pero arriba, en los winebar, en las terrazas o a pie de viña el tintineo de copas y botellas desata la alegría y el momento de relajarse en pareja o con amigos.

Con el estímulo para el paladar de jóvenes caldos afrutados o grandes reservas, la gastronomía complementa el goce de cuerpo y espíritu. En mesones y restaurantes, los fogones subliman recetas con apellido de la tierra, como las patatas a la riojana o las chuletillas al sarmiento. El complemento está en la alta cocina, que aquí bate récords: Las estrellas Michelin la convierten en la región más coronada por la famosa guía en relación a su población; y presume de tener el pueblo más pequeño del mundo, Daroca de Rioja, con apenas 50 vecinos, con un restaurante que luce ese distintivo.

La tradición culinaria riojana es rica también en el postre. La golmajería obsequia sabores de siempre con sello e historia propios, como los fardelejos, delicia de almendra y aceite, herencia árabe en la comarca de Arnedo, o los mazapanes, nacidos en Soto en Cameros y hoy se degustan por toda España.

Culto al pincho. Si la Laurel y sus bares son enseña de Logroño, el culto al tapeo invita a pasar por La Herradura de Haro, que además tiene a gala reunir la mayor concentración de bodegas centenarias del mundo en su Barrio de la Estación. Aguas abajo del Ebro, la bimilenaria Calahorra, una de las despensas de la afamada verdura riojana, tiene su ruta de pinchos. Sin alejarse demasiado, Alfaro merece una visita con un argumento lúdico y gastronómico: del 6 al 10 de abril, la XVII Semana Santa Verde Jornadas de la Verdura ofrece degustaciones, catas, ruta de pinchos, visitas guiadas, actividades turísticas y culturales.

Es primavera y La Rioja se convierte en una enorme terraza donde experimentar sensaciones y asombrarse con lo mucho que tiene aún por desvelar.

Más información, en www.lariojaturismo. com

 

CULTURA Y VINO DIALOGAN EN EL MUSEO VIVANCO

La tradición forjada a golpe de paciencia, sabiduría  y trabajo bien hecho se torna en cultura. Y en La Rioja, el vino trasciende lo enológico para convertirse en fenómeno que marida el fruto de sus viñas con arquitectura, etnografía, arte, literatura, folclore y un sinfín de manifestaciones más. Por si ese bagaje fuera poco, la región puede alardear con justicia de contar con uno de los mejores museos del mundo en cultura vitivinícola. Tanto si se ha visitado ya como si aún no se conoce, el Museo Vivanco de la Cultura del Vino asombra con lo que muestra en sus 4.000 metros cuadrados, 5 salas de exposición permanente, una sala de exposiciones temporales y, en el exterior, con el Jardín de Baco, con más de 220 variedades de vid de todo el mundo. La posibilidad de admirar vajillas de tiempos remotos, prensas de tamaño descomunal, útiles de todo tipo y procedencia u obras de arte vinculadas con el vino firmadas por Picasso, Sorolla, Juan Gris, Chillida, Barceló o Genovés es un privilegio a la puerta de casa y un plan perfecto para estos días, con el añadido de un paseo por el bello casco medieval de Briones.