"En 10 años, no sabemos qué hará la inteligencia artificial"

Francisco Martín Losa
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Aránzazu Mendía Jalón defendió la primera tesis doctoral en la Universidad de La Rioja. Profesora de química en Burgos, ha sido vicerrectora y ha registrado varias patentes, alguna sobre tumores

Aránzazu Mendía, en un laboratorio de la Universidad de La Rioja. - Foto: Óscar Solorzano

La frase nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar (...) es una forma poética de decir que la vida es un camino que todos tenemos que seguir y que, al final, todos llegamos al mismo destino. La comparación con el río se utiliza para ilustrar cómo nuestra existencia tiene un curso predeterminado que va llevándonos en la misma dirección.

En general, la frase puede aplicarse a nuestro personaje como su lugar en el universo, construyendo, a lo largo del tiempo, su propia personalidad. Aránzazu, Arantza, Mendía Jalón, que cumple este viernes sesenta y tres años, y que proyecta mucho conocimiento de cosas concretas sobre conceptos complejos para entenderlos y hablar de ellos.

Arantza, profesora de Químicas, ha sido vicerrectora de la Universidad de Burgos,  investigadora, con cuatro patentes, por más señas, y científica por los cuatro costados. Logroñesa desde el 21 de abril de 1959, que recogen los papeles oficiales del Registro. Vive el cambio de la mujer con toda naturalidad en una sociedad en la que la discriminación estaba institucionalizada por ley, defensora de la igualdad con el único dique de la responsabilidad y, a ser posible, en equipo porque no hay nada nuevo bajo el sol. Su tesis doctoral, cum laude, fue la primera que se leyó en la Universidad de La Rioja. Se toma muy en serio todo lo que emprende y sentencia: «Enseguida me llega una edad importante». Y le contesto que lo bueno es llegar.

Dando clases, como cualquier estudiante. Es fácil  imaginar una infancia feliz, pero la vida le hizo bajar del pedestal. «Tenía la ciencia siempre in mente y no es que tuviera profesores que me aconsejaran, que no es mi caso. Mi padre tenía una pequeña fábrica de adhesivos en la carretera Villamediana y te va dejando huella, aunque sin un interés especial. En los setenta, en cualquier local, ponías una fábrica porque no había polígonos industriales. Cuando murió mi padre, yo tenía quince años, recién cumplidos y todo se deshizo. Era la pequeña de mis hermanos y me quedé estudiando quinto y sexto de Bachillerato y, luego, el COU. Me incliné por la rama de ciencias y me gustaban mucho la gramática, la física y química. Lo tenía muy claro y me quedé en química, que era una de las carreras que se estudiaba en el Colegio Universitario de Logroño. Todavía no había Universidad en La Rioja».

Estamos recordando la fecha de 1977. «En Logroño, se pueden cursar tres años y luego, cuarto y quinto en el Distrito de Zaragoza. Estudio los tres primeros aquí, estaba becada y, además, necesitaba el dinero. Cuando termino, a mí la química me gustaba y me quería dedicar a la química industrial; siempre he compaginado los estudios con la docencia de clases particulares. Lo veía muy fácil. Hasta tercero de carrera , sigo con mis clases particulares y cuando vuelvo de Zaragoza, con cuarto y quinto,  las mantengo pero mi meta es trabajar en la industria, que era muy complicado, aunque algunos de mis compañeros lo consiguieron».

De la carrera a la tesina. El relato se ha orientado hacia el futuro y queda atrapado por la atracción irresistible de lo que está por venir. «Estuve un tiempo enviando currículum  y currículum a las empresas; me recibían, pero no pasaba de la entrevista. Se me ocurrió estudiar con lo que se llamaba la tesina, acabando la licenciatura todavía en el Colegio Universitario, bastante bien, compaginando las clases con la tesis doctoral, que fue totalmente vocacional, sobre la química básica, necesaria para la química aplicada. La básica es el conocimiento por el conocimiento y la base de muchas aplicaciones. La hice por el compuesto  sobre halocomplejos de oro, plata y talio y, lo que hacía era sintetizar con un proceso innovador.  Me quedó muy bonita, codirigida por el profesor Laguna, de Zaragoza, y Fernando Margallo, en Logroño».

Cuando va a leerla, le dicen, desde la Universidad, que no es prioritaria. «Después de idas y venidas, la quería leer en Logroño. No había ni impresos de la Universidad de La Rioja, cogí los de la Zaragoza, hable con la jefa de Negociado, puse las carátulas de La Rioja y defendí la tesis, la primera de la Universidad de La Rioja el 4 de marzo 1994, dos años después de su creación en nuestra tierra».

El anuncio de la suerte. Tiene fe y tesón y no se le pone nada por delante. «A la vista, ninguna hipótesis ni pretensión de trabajo, aunque las clases me daban dinero para vivir. No me veía en ninguna plaza de la Universidad, sin tener decidido por dónde tirar, incluso no descarto montar, no una academia al uso, sino un pequeño colegio y pensé por qué no enviaba el currículum a las universidades, no sabía cómo funcionaba la contratación. La gente empezaba a tener beca, la gente que se quería quedar en la Universidad de La Rioja en las diversas áreas de conocimiento, en mi caso, la química inorgánica, pero no había sitio para quedarme».

Acertar no puede, pero luchadora un rato.  «Siempre he sido muy decidida para buscarme las cosas, es mi forma de ser». A finales del 95, pasó un tiempo por la  Universidad de La Rioja para cubrir una estancia, por unos meses y luego empezó a enviar más currículum a otras universidades. «Tras la tesis doctoral, había publicado cuatro trabajos en revistas científicas de químicas, no salió nada y entendí que había gente trabajando y eran los primeros en entrar, hasta que leí un anuncio en el periódico sobre la Universidad de Burgos. Entonces no había internet en 1996,  se había creado dos años más tarde que la de La Rioja, pero tenía muchos estudiantes y requería más profesorado».

Es factible imaginarse a nuestra protagonista, hecha un manojo de nervios, en busca de su posible destino que, ya se sabe, es caprichoso». Cogí el coche hasta Burgos y me planté en la ventanilla de la Universidad con mi solicitud. Ya era doctora y me ofrecen una contratación de profesora asociada y no me lo pensé en ese momento. En Burgos, ni conocía a nadie, ni había oído hablar nunca de la química de Burgos y gané la plaza en un concurso de méritos. No me dio tiempo a  la despedida». No sabe si todo resultó en un plazo récord, sin dar lugar a las dudas. porque empezaba en septiembre. «Así que me quedé y ahí sigo desde 1996».

Propia autonomía. A lo largo de los años, la profesora, la científica y la investigadora se han hecho su propio mundo y, dentro de él, se mueven con una cierta felicidad. «Cuando llevaba un tiempo, pedí la plaza de titular para saber si me quedaba o no en Burgos. No te puedes mover en la Universidad así como así, no hay movilidad, aunque  ahora la va a haber con la nueva Ley. Obtuve la plaza aunque hubo competencia. Así que fui de las primeras en la Universidad de Burgos y la primera en mi entorno también. A mí, no me importa arriesgar, porque, si te dicen que no, ya sabes y a buscar otra cosa». En septiembre de 2002 logra la plaza por sorteo. 

Se dice que la personalidad de un investigador se refleja en su estilo y, eso sí se cumple a la perfección en el caso de Arantza, luchadora y tenaz. «Comienzo con todos los metales con los que había trabajado, en la síntesis de la caracterización de moléculas, de compuestos, con la idea de trabajar no dependiendo de nadie, con mi propia autonomía, mi propio investigador principal». Empieza a pedir proyectos, enviando pruebas fuera de España, en una investigación sobre líneas celulares enfermas de cáncer que originan una colaboración con el profesor Mariano Laguna, que persiste hasta hoy, además de resultados prometedores en ese campo.

No  había oído hablar de patentes  y se le ocurrió registrarlas, hasta cuatro por ahora, de diferentes materiales, que se ven, se tocan y tienen la aplicación en diferentes campos.

Una patente es una transferencia de conocimiento y puede ser adquirida, porque le interesa a una empresa, a una farmacéutica. Tengo registradas unas cuatro patentes, vendidas, ninguna. En explotación, se intentó con una comunidad china, al final, no salió y, si no se explota, se queda en la Universidad, que es la propietaria». No está muy metida, pero es una manera de hacer conocimiento para los universitarios.

El sitio de la mujer. Más allá de los tópicos, el sueño de triunfar obliga a todos los esfuerzos que, a menudo, deben centrarse en conseguir la meta y mantenerse en ella. Por ejemplo, hablemos de la mujer. «Fui vicerrectora de Calidad durante cuatro años y, anteriormente, he estado en el equipo Decanal de la Facultad de Ciencias. Han sido ocho años de gestión intensa y se sabe la evolución de muchas mujeres. Un sesenta por ciento hacen la tesis doctoral y luego se invierten los términos y se quedan más los hombres que las mujeres.

Cada día hay más mujeres profesionales que se quedan en la Universidad en las parejas formadas en el seno universitario. Hay competitividad y, si tienen hijos, se esfuerzan muchísimo más para obtener una cátedra y, hoy por hoy, si no publicas, no puedes llegar a catedrática. Hacer la tesis, la hacen más las mujeres que los hombres y, aunque se va equilibrando, en la Universidad, se quedan más hombres que mujeres».

Innovadora a toda costa. Nuestro personaje va dejando una estela tanto en el trabajo como en la vida. «Soy intuitiva, me ha gustado enseñar, inventar cosas para los estudiantes. Por ejemplo, no es obligatorio ir a clase ni pasar lista, en eso fui la primera. Puse los primeros proyectores en las aulas, he llevado a los niños a la Universidad. Ahora me dedico a la investigación con un equipo más transversal e inicié lo que luego han sido las tutorías académicas que, desde 2008, tiene que haberlas por ley». Queda claro que se toma muy en serio todo lo que emprende y no hay proyecto ante el que se permita bajar su autoexigencia y, por otro lado, su realidad, sus viajes, estar a la última, como es el universal horizonte que se abre ante la inteligencia artificial. «Me pasaron hace unos días una aplicación capaz de escribir un artículo. Hará un artículo, pero no es capaz de escribirte los datos experimentales. A día de hoy, tiene sus muchas aplicaciones pero, lo que no puede es suplantar el trabajo científico y somos nosotros los que decidimos pensar. Dentro de diez años, no sabemos lo que puede ser capaz».

Es importante poner en claro las ideas. «La clase no la dejo, cuando haces laboratorio, forma parte de mis clases. Siempre vives en lo que te da valor y yo se lo doy a la familia. Ahora estoy yendo y viniendo, digo que trabajo en Burgos muy a gusto y vivo en Logroño que, por autopista son 130 kilómetros y algo. Estoy contenta lo que hago».

La Laurel, sin aglomeraciones. A lo largo del encuentro, ha sido crítica con lo que no le gusta, sin perder el sentido del humor. Su verdadera historia no se limita en exclusiva a la química y, cuando habla de sí misma, sabe lo que ha sido y lo que es. No hace nada de deporte, iba a pilates pero hace ya mucho tiempo de eso. Por su trabajo, ha conocido muchas  personas y cosas muy interesantes, ha visitado muchos países Le ofrecieron ir a Texas por dos años, pero desistió.

Le gusta la Laurel, sin aglomeraciones. Lee poco, salvo trabajos científicos, y no es de las personas que se mete a la cama con un libro. Le han invitado a tesis en la Universidad de La Rioja  y los propios compañeros de la carrera.  Trabaja en Burgos porque la contrató su Universidad. «Si hubiera sido la de La Rioja, trabajaría con el mismo entusiasmo».

A la íntima, por acotada plaza de estos encuentros cada quince días, hacía tiempo que le estaba faltando la presencia de una investigadora y ha llegado al ruedo de la charla, Aránzazu Mendía Jalón. Talento, tolerancia y tesón, las tres 'tes' que debe tener una mujer de su tiempo.