Editorial

Ley del 'solo sí es sí', escenario de disputa y atrincheramiento político

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La sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados ha vuelto a evidenciar que el Ejecutivo que preside Pedro Sánchez no necesita ningún partido que le haga oposición. La tiene en el propio Consejo de Ministros. Querían acelerar una especie de 'súper diciembre' legislativo para liberar el curso hasta 2023 para impulsar la campaña electoral -municipal y autonómicas primero, y generales después-, pero la jugada no salió como esperaban, ya que los rifirrafes legislativos se le han ido acumulando a la coalición de Gobierno, por mucho que digan y reiteren que las diferencias son propias de un gobierno de coalición, inédito en nuestro país.

El PP no tiene más que sentarse a mirar cómo se descerrajan disparos entre los socios del Gobierno, como llevamos contemplando atónitos desde hace días, a cuenta de la ley del 'solo sí es sí', en la que la parte más débil (Podemos) pretende hacer fuerza a base de orgullo, alegando una mala interpretación de la ley por parte de "algunos jueces", mientras aseguran que la ley "es una buena ley"; y mientras que la parte mayoritaria, el PSOE, ha tenido que tomar las riendas del asunto con una reforma sin acuerdo, por las bravas. El propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, llegó a decir que "me quedo corto" cuando hablaba de efectos indeseados. La ministra de Justicia, Pilar Llop, no atinó del todo intentando enmendar la cuestión del "consentimiento" y la demostración de la violencia, enseñando una mera herida. "Asumo en primera persona lo que pueda pasar", decía este miércoles, para apaciguar los ánimos.

No ha sido suficiente, y el ambiente en el Congreso de los Diputados ayer era el que se esperaba -y el que lleva siendo desde hace semanas, para qué engañarnos- de tensión y de crispación por cualquier cuestión que sugiera un mínimo de fricción en el Gobierno. En la vida dicen que hay optimistas, que ven el lado bueno de las cosas; optimistas, que por muy bien que vayan encontrarán problemas; y los realistas, que intentan establecer criterios más o menos adecuados a lo que puede ser lo normal. Pero, como hemos podido comprobar, también están los oportunistas, que aprovechan la situación de debilidad de otros para sacar tajada. Es el caso de Vox que, a río revuelto, qué mejor momento que sacar provecho de la situación con un intento de moción de censura que parece poco probable que salga adelante. Ni por el candidato que se plantea, ni por la opción política que la impulsa, ni por los argumentos que la pretenden sustentar.

La política vuelve a estar en boca de todos con una cita electoral demasiado cercana, la del 28 de mayo, como para analizar con perspectiva las mejores opciones para reformar leyes, o para entablar diálogos, buscar acuerdos, o alcanzar consensos. Mucho menos para corregir una ley en la que hay un enrocamiento político e ideológico, con cierta dosis de orgullo herido. El Congreso debería tener la obligación de transmitir a la ciudadanía más voluntad de diálogo que ganas de bronca.