Para muchas etnias africanas, el de las palabras era el árbol bajo el que se reunían a escuchar a los ancianos y dirimir conflictos. En el caso de la novela de Andrés Pascual, es un árbol imaginario que, en lugar de hojas, tiene valores que la madre nativa del protagonista ha ido colgando ahí para transmitirle su sabiduría.
Ha elegido el nacimiento de la colonia de Guinea. ¿Ha entendido que es la mejor manera para establecer la evolución de la presencia española en el país?
Me he remontado a 1884 porque en ese año se dan tres acontecimientos fundamentales: la construcción de la misión de los claretianos, la expedición del vasco Manuel Iradier a la zona continental y la Conferencia de Berlín, en la que las potencias se repartieron África con fines comerciales. Cada libro tiene su chispa creativa, y en este caso surgió de una pregunta: ¿Qué impulsaba a los pioneros a embarcarse hacia una muerte más que probable en el otro extremo del mundo? No podía ser el dinero; o al menos no solo eso.
Con este enfoque se convierte también en pionero, en El árbol de las palabras es la primera vez que se abordan los inicios coloniales.
Me resulta increíble que nadie haya escrito esta novela antes que yo. He contado esta parte de nuestra historia a través de unas tramas cruzadas llenas de amor y aventura.
¿Por qué la literatura patria ha obviado el pasado colonial?
Tal vez sea porque no estamos muy orgullosos de cómo hicimos las cosas como país. Pero eso en El árbol de las palabras me centro en personas concretas que creían en lo que hacían y se entregaban en cuerpo y alma a sus metas y propósitos.
Guinea, la única colonia española en África subsahariana que, a excepción de Luz Gabás, no ha sido un tema explorado. ¿Es también uno de los grandes olvidados de la historia española?
Mi querida y admirada Luz Gabás ha leído la novela antes que nadie y me ha regalado una frase preciosa para la portada, lo cual me hace muy feliz. Ella contó el final de la colonia en Palmeras en la nieve. A partir de ahora, los lectores que quieran saber cómo fue el principio, también pueden descubrirlo en El árbol de las palabras.
Ha dibujado un panorama general con personajes clásicos, el gobernador, el 'indiano', los misioneros y la población local, ¿por qué ha elegido a dos adolescentes para conducir la historia?
Me gusta trabajar personajes de esa edad porque están en plena transformación. Viven el día a día con la sorpresa e inocencia de los niños y, al mismo tiempo, se ven obligados a asomarse al mundo de los adultos. He recuperado el tono de mi novela El haiku de las palabras perdidas, al presentar unos acontecimientos terribles desde la mirada limpia de dos jóvenes de diferentes culturas.
Recoge en este libro parte de tu historia familiar. ¿Ha sido esta circunstancia la que le ha llevado a escribir El árbol de las palabras?
Mi bisabuelos y abuelos vivieron allí durante veinte años en las décadas de los años 20 y 30 del siglo XX. Mi bisabuelo fue subgobernador y curador colonial y mi abuelo Gonzalo, tras casarse en la península, llevó a mi abuela Carmen, con 18 añitos, a esta isla africana en la que nació mi tía Mari Carmen. Todos fueron longevos y tuve la gran fortuna de tenerlos muy cerca, ya que incluso ejercí de abogado con mi abuelo, por lo que escuché mil historias de Guinea que burbujeaban en mí.
¿Lo ha afrontado de manera diferente a otros de sus títulos por su pasado familiar?
En la novela no cuento sus andanzas, ya que decidí retroceder 40 años para narrar el inicio de la colonia. Sin embargo, en estas páginas sí que hay mucho de mi familia porque mis protagonistas de ficción comparten con mis antepasados el espíritu pionero de los antiguos expedicionarios, su perseverancia y afán de búsqueda del propio camino, lo que hoy suele denominarse salir de la zona de confort. El finquero Martín, por ejemplo, busca escapar de una vida en la península llena de prejuicios y envidias provincianas, pero sabe que no va a tenerlo fácil. Entre otras cosas, se ha enamorado de la mujer del gobernador que ha de otorgarle las concesiones de tierras.
¿Espera que los lectores aprendan historia o, al menos, conozcan a Manuel Iradier?
Iradier fue un erudito vitoriano que luchó toda su vida contra viento y marea por su pasión: la exploración. El propio Stanley, el viajero más popular de la época, fue quien le impulsó a embarcarse en una expedición por la zona continental de Guinea que marcó un antes y un después en la colonia. Pero si hay otras dos heroínas igualmente olvidadas y a las que es de justicia rescatar, son su esposa Isabel y su cuñada Juliana, dos mujeres fuertes que le acompañaron en su primera expedición y se hicieron cargo del campamento base en el islote de Elobey.
Tal vez por esta pretensión de hacer justicia le ha dedicado la novela a la memoria de su abuela Carmen.
Así es. En la dedicatoria he escrito: «Por sonreír en todas las fotos de Guinea», una frase que, para mí, tiene mucha profundidad porque tuvieron que superar lances muy duros, pero jamás le escuché nada negativo sobre sus años en Fernando Poo. Por estar con la persona que amaba, aceptaba todo desde la paz. A pesar de lo joven que era, tenía claro que todo está bien como es.
Europa se repartió África como un pastel. En una época de revisionismo, ¿qué papel piensa que jugó España en Guinea Ecuatorial?
España, como país, nunca mostró un verdadero interés por esa tierra y esas gentes tan llenas de riqueza y posibilidades. A modo de ejemplo, mientras que el explorador Brazza enviado por Francia tenía un presupuesto de millones de francos, Manuel Iradier tuvo que montar su expedición con 22.000 pesetas, en parte prestadas por sus amigos. Por ello no me centro en las banderas, sino en las personas que, con pasión y perseverancia, fueron capaces de superar cualquier desafío, incluso el de encontrar su lugar en el mundo. Confío que esta historia, además de entretener a los lectores, los anime a buscar el suyo.