Sobrevivir con lo mínimo

David Hernando Rioja
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Gonzalo, un usuario de la Cocina Económica, cuenta con un sueldo de 480 euros, y más de la mitad, unos 260 euros los usa para pagar el alquiler de la habitación en la que vive. El resto es para medicamentos y teléfono

Un usuario comiendo unas pechugas durante el turno de comida - Foto: Ingrid

El reloj marca las 12:30 horas, y la entrada de Cocina Económica empieza a acumular personas. El tiempo avanza y las agujas siguen hasta las 12:45 horas, momento en el que las puertas de su comedor social se abren.

Alrededor de 90 o 100 personas pasan ordenadamente por un mostrador entregando un ticket que les han dado otros días unos trabajadores sociales, para después entrar al comedor, donde unas voluntarias les esperan para tratar de acomodarles en el conjunto de mesas que hay en el sala. En grupo o de manera individual, hay quien entra directo a su sitio de siempre mientras que otros van sentándose donde encuentran una silla libre.

Una vez que todas las personas están sentadas, las voluntarias empiezan a repartir la comida. El primer plato de ayer era alubia verde con patatas y zanahoria, y de segundo pechugas de pollo empanadas acompañadas de ensalada. Y de postre naranja.

Pero el conteo de usuarios no acaba aquí porque momentos antes de la apertura de puertas, otras 90 personas han acudido a por tuppers de comida preparados con este mismo menú, dando entre comidas y cenas unas 400 raciones diarias. 

Uno de estos usuarios es Gonzalo, una hombre de 55 años, cerca de los 56, que utiliza este servicio de Cocina Económica desde hace cuatro años. Es un hombre afincado en Logroño desde hace años que tiene un sueldo de 480 euros, pero más de la mitad lo utiliza para pagar el alquiler de la habitación en la que vive. El resto lo utiliza para pagarse las cenas, el teléfono, sus medicamentos, el tabaco y 51 euros a la Seguridad Social. «A mi me quedan 15 euros para pasar el mes. Llevo así cuatro años», señala. «Estoy aquí por necesidad», afirma.

Cuenta que previamente tuvo que entrar en Proyecto Hombre para solucionar un problema de adicción, «un programa muy bueno con el que me he recuperado del todo». El problema, indica, es que uno alcanza una edad en la que tiene «una mochila atrás», y en su caso es una enfermedad que le ha hecho estar limitado y sin trabajar durante un año. «Tengo los discos de la columna vertebral secos y no puedo coger pesos, además de que tengo problemas digestivos», detalla.

Desvela que su problema de adicción se debió a que en su profesión tenía que tratar mucho tiempo con clientes, «y lo típico de La Rioja es hacer los negocios con un vaso de vino delante». «Desde hora punta de la mañana hasta la tarde, alternaba vino y cerveza con los clientes. Eso te va enganchando pero llegó un momento en el que dije que tenía que parar y lo hice», relata.

Debido a su paso por Proyecto Hombre, acudir por primera vez a la Cocina Económica no le costó tanto aunque «intentas que sea lo último». Aun así, recuerda que antes de vivir esta situación personal, pasaba por delante de Cocina Económica y pensaba que igual a algún día él podía acabar ahí. 

En este apartado, Gonzalo critica la actitud y los prejuicios de las personas que pasan ahora por delante de la fila que se forma en este comedor social. «Se piensan que la mayoría de personas que vienen son borrachos, adictos o consumidores pero muchos son gente sin esos problemas», asegura. Por ese motivo, reclama un cambio del estereotipo de personas que la sociedad piensa que  acude a Cocina Económica, además de que «falta mucha empatía».

Este servicio de Cocina Económica cuenta con muchas personas como Gonzalo con una historia que contar. La trabajadora social, Leire Pelayo, explica que las causas de que este servicio siga ayudadno a tantas personas son la subida de los precios de las viviendas y sus respectivos gastos, o de los suministros. «Esta situación ha provocado que haya gente que no se pueda permitir tener una alimentación equilibrada o una vivienda adecuada», lamenta.

Viviendas. Por ello, Pelayo reclama que haya viviendas «más accesibles» para permitir que mucha gente pueda cocinarse y vivir de manera adecuada. «Tenemos familias que la mayoría de sus ingresos se destinan al pago de la vivienda. Entonces no tienen para otras cosas como la alimentación», señala.

El gerente de Cocina Económica, Javier Porres, asegura que el mayor problema es la falta de vivienda. «Si tuvieran una vivienda asequible serían personas más autónomas y saldrían adelante», afirma.

Avisa de que esta situación la pueda vivir cualquier persona. Todas las personas pueden tener en su vida un problema o una dificultad pero la superan. «Aunque hay veces que suceden dos, tres o cuatro malas situaciones a la vez que pueden desequilibrar. Y si a eso se le añade que a tu alrededor no tienes una buena masa social o una familia, sucede que a cualquiera nos puede pasar que tengamos que pedir ayuda para salir adelante», alerta.

Además, añade que la propia vergüenza o situación de cada uno impide a veces acudir lo más rápido posible a solicitar ayuda. «Cuanto más tarde más problemas vas a tener», asegura.

Detalla que hay personas que proceden de ambientes más normalizados con su trabajo, su casa y su familia pero «el hecho de perder todo eso y sentir que tienen que venir a un comedor social es un palo para ellos y les provoca una sensación de vergüenza». 

Aunque cuando acceden las primeras veces a este centro, poco a poco, esa vergüenza va desapareciendo. «Si pasas por el comedor no diferencias si son voluntarios o gente que está viniendo a comer», recalca esta trabajadora social.