Los Barça-Madrid y viceversa son duelos de intensidad planetaria que se llevan por delante todo lo que sucede a su alrededor. Cuando suceden, los otros nueve partidos de la jornada se visten de 'cosa menor' a pesar de la trascendencia local, y se produce el más injusto de los olvidos. Nadie habla los lunes, cuando se abre el envoltorio de un clásico, de que al Girona se le está poniendo cara de 'grande', tanto que al Celta (su rival en el 1-0 de Montilivi) le quitaron un gol completamente legal porque rozaron a su portero: ya sabía ganar con fútbol, ahora también con la 'polémica-a-favor' con la que siempre juegan los 'gigantes'. Ni de esta versión cada vez más sólida y eficaz del Atlético, quizás el que mejores sensaciones transmite desde aquel de 2014: no es tan estajanovista como aquel, pero encaja lo mismo y juega el doble. Tiene ritmo y alcanza las victorias de muchas formas distintas… y apunta muy alto. Nadie habló tampoco de ese duelo asombroso de porterías en San Mamés, en un partido divertidísimo disputado con la camisa abierta y el pecho por delante, sin florituras, en el que Unai Simón primero y Mamardashvili después llevaron el Athletic-Valencia a un 2-2 de palomitas. Ni de esos choques como el Rayo-Real Sociedad, que se juegan sin vértigo al borde del precipicio, toma y daca y ya miraremos el marcador (2-2) al final. Ni de esos momentos de inspiración de Isco, cada vez más esporádicos pero brillantes, aún con mucho duende para tocar la pelota y alojarla en ángulos imposibles incluso en el descuento. ¡Ay, el descuento! Siete de los nueve partidos jugados hasta el de ayer vieron cómo el marcador cambiaba más allá del minuto 90, y en seis de ellos mutaba hasta el signo del choque: no, no fue solo Bellingham… aunque lo pareciera porque, ya lo sabemos, no se habla de otra cosa.