Protagonista de uno de los Reinados más largo de la Historia (casi 39 años), Don Juan Carlos vive ahora sus momentos más amargos, después de comunicarle a su hijo la decisión de trasladarse fuera del país «ante la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada».
Figura clave en la democracia española, el Rey Emérito debería estar disfrutando ahora de los reconocimientos de la sociedad y la política. Sin embargo, las informaciones sobre su presunta fortuna oculta en paraísos fiscales ha empañado ese retiro idílico. Además, la llegada al poder, y al Congreso, de fuerzas abiertamente republicanas han agudizado aún más el cuestionamiento de su figura, ya que, aprovechando la polémica, han vuelto a agitar con fuerza la bandera del cambio de modelo de Estado, en un intento por dinamitar eso que ellos llaman «régimen del 78», que tanto desprecian, a pesar de que ha dado España el período en paz más largo de su Historia contemporánea.
Más allá de ese arrimar el ascua a la sardina, tan propio de los populismos actuales, pocos políticos cuestionan el papel de Juan Carlos I en aquellos años en los que España miraba con miedo al pasado, pero también al futuro. Elegido para reinar por Franco en plena dictadura, una de las claves para que muchos cuestionen su papel y su legitimidad, supo elegir y arropar a aquellos que debían pilotar el paso a la democracia sin sangre de por medio. Algo complicado en un país acostumbrado a matarse entre hermanos y vecinos.
De hecho, la propia figura del ahora Emérito era cuestionada en esos últimos estertores del franquismo por ambos lados del espectro ideológico. Su designación, decisión exclusiva del dictador, le hacían sospechoso ante los ojos de la izquierda, que consideraba que su objetivo era perpetuar el franquismo, a pesar de la muerte del caudillo. Y, a la vez, los elementos más reaccionarios del régimen desconfiaban de él pues sabían de sus intenciones de democratizar la nación.
Su elección de Adolfo Suárez como presidente, en detrimento de Arias Navarro, y su encargo de dinamitar lo que Franco había dejado «atado y bien atado» desde las propias instituciones del régimen cambiaron España. De ahí que los historiadores, olvidando las polémicas actuales, tachen al Rey de «motor» o «piloto» de la Transición.
‘Harakiri’ de las Cortes
De hecho, él mismo sacrificó su poder para que España viviera en libertad. Y es que la Constitución reducía completamente su peso político y legislativo, al limitar la Jefatura del Estado a funciones meramente representativas, con la única atribución de proponer al Congreso el candidato a la Presidencia del Gobierno tras la pertinente ronda de contactos con los partidos políticos después de las elecciones generales. Sin embargo, al igual que hicieron las Cortes franquistas al aprobar Ley para la Reforma Política, que suponían su disolución, el Rey también apoyó la Carta Magna, a pesar de la restricción de su papel.
Como Jefe supremo de todos los Ejércitos, uno de los papeles fundamentales que tuvo en ese período histórico tan agitado, fue evitar cualquier tipo de rebelión, sobre todo, entre unos mandos demasiado afectos en su mayoría al régimen ya caído. Poco hay que explicar ya de su decisiva aparición televisiva la noche del 23-F, que acabó por convencer a los militares y la población de que el Golpe de Estado había fracasado.
Los peores años
Con el cariño de los españoles ya en el bolsillo, Don Juan Carlos se dedicó, una vez asentada la democracia, a intentar ser el mejor embajador del país fuera de las fronteras nacionales. Y lo consiguió, a tenor del respeto que se le tiene entre la clase dirigente de todo el mundo.
Sin embargo, en los últimos años de su Reinado, todo cambió. La implicación de su yerno, Iñaki Urdangarín, en el caso Nóos, una trama de corrupción pública que llevó al marido de la Infanta Cristina a la cárcel, así como su rotura de cadera en un viaje privada a Botsuana, en el peor momento de la crisis económica, dañaron su imagen y también la de la Corona.
Precisamente, para intentar salvar el prestigio de la Monarquía decidió abdicar en 2014 en su hijo, Felipe VI, tratando así de impulsar a la institución con aires nuevos.
Lo peor para Don Juan Carlos estaba por llegar. En 2018, empezaron a surgir las sospechas de negocios turbios cuando afloró una grabación entre Corinna Larsen y el excomisario José Villarejo en la que la que fue amiga del Rey le acusaba de tener cuentas en Suiza y de utilizarla como testaferro. Fue la espita de un cúmulo de informaciones que llevó a Felipe VI a distanciarse de su padre al renunciar a su herencia y retirarle la retribución del Estado el pasado mes de marzo,.
Un año y dos meses después, la brecha se ha agrandado con la decisión de Juan Carlos I de trasladar su residencia fuera del país «para prestar el mejor servicio a los españoles» y a su propio hijo.