Recomiendo el libro Juicios de Estado de Jonathan Sumption. Cualquiera que haya sido juez británico demuestra un toque sutil que otros profesionales han perdido con el polvo del camino. La ley Seca de Estados Unidos fue el primer intento masivo de ingeniería social. Duró 13 años y fue un fracaso desde cualquier perspectiva.
Invadir la esfera privada e imponer una concepción moral por un pretendido bien público tiene efectos inesperados. La mafia nunca ganó tanto dinero ni la corrupción policial fue tan extendida.
Por otro lado, los partidos políticos occidentales son profundamente iliberales. En una sociedad abierta, el diálogo y el debate no son males necesarios sino instrumentos indispensables para una sociedad sana y una acción política legitimada.
Al tener cada vez menos afiliados, los partidos se han transformado en organizaciones de poder unipersonal, donde la batalla real es la elaboración de una lista de candidatos. En Estados Unidos, la meca de la democracia, hay circunscripciones donde la posibilidad de derrota del gobernante es nula.
Esta experiencia así como su reducido conocimiento del sector privado, el campo, la industria y alergia a los autónomos, provocan una deriva a modelos sociales totalitarios. Entramos en ese terreno cuando imponemos un relato sobre la realidad, cuando nos agrada más una noble idea que las consecuencias de la misma. Este golpe de realismo nos espanta.
En el terreno económico y laboral, es fácil percibir el impacto no deseado del intervencionismo, circunstancia que la industria europea del automóvil empieza a comprender pese al aluvión de subvenciones. Los agricultores y ganaderos son el colectivo más anónimo, porque su profundo individualismo les hace débiles.
El bullicio de las ciudades se impone, pero oculta muchas miserias sociales. Si la legislación fuese la clave del éxito, la Unión Soviética habría conquistado el mundo hace tiempo y China le habría sustituido. Igual que Corea del Norte, Cuba o Venezuela serían los destinos preferidos de los emigrantes.
La defensa de la esfera privada, personal e íntima implica aceptar las consecuencias de la libertad. El mundo no es perfecto, ni los sueños son un derecho. La existencia de los tribunales o la policía nos recuerda que en una sociedad sana ocurren cosas desagradables, pero que no nos quedamos indiferentes ante ellos. Si para erradicar el Mal, hay que reducir la libertad individual significa que apostamos por el totalitarismo dogmático, vital y prejuicioso. Ese sendero ya ha sido muy transitado y siempre ha acabado en tragedia.