«Con tanto turista, no queda otra que reservar»

El Día
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El viajero alfareño Susi Atienza vivió su peor experiencia en El Salvador, «donde sentí miedo» y ejerció de capitán, intrépido o no, «en la Selva del Darién»

Susi Atienza, con la colegiata al fondo, lee una guía de viajes. Es tan viajero como las cigüeñas que dan fama a la localidad. - Foto: Óscar Solorzano

Tiene la mochila preparada aunque su próximo gran viaje no llegará hasta noviembre. Será entonces cuando cumpla el sueño de visitar los cinco continentes. Oceanía es el último de la lista pues la Antártida, para tal efecto, no contabiliza. Australia, en furgoneta, le espera como guinda a una vida de lo más viajera que la pandemia suspendió durante tres años. Susi Atienza (Alfaro, 1970), ingeniero de profesión, lleva más de un cuarto de siglo subiéndose a aviones, una afición que despegó en los noventa y que cogió altura con los primeros dos mil.  

Su primera experiencia, estrenada la década de los noventa, le llevó a Irlanda, previo paso por Liverpool «porque era lo más barato». «Éramos tan pobres que no teníamos ni para pagarnos un cámping y nos teníamos que mover en bicicleta porque ni para el autobús nos daba», rememora con un poso de añoranza por la juventud perdida.

Después en 1992 se mudó, «por estudios», a San Petersburgo. LaURSShabía dejado de existir y Rusia pergeñó un remedo de ésta, la Comunidad de Estados Independientes. Era tal su desamparo «que me vi obligado a aprender ruso, con un diccionario cubano, para poder comprar en el mercado negro». Las clases aceleradas no le vinieron mal pues, 30 años después, sigue chapurreando pa-ruski.

En el nuevo milenio, encomendado por su empresa TRW, se fue un lustro a Monterrey, la ciudad más próspera de México. La cercanía con la frontera le permitió pasar numerosas veces el Río Grande. Yvolvió hace tres años para «recorrer la Ruta 66», experiencia que no ha de faltar en cualquier currículo viajero. Su estadía en Nueva España le permitió conocer, de pe a pa, Centroamérica. «Hice la ruta de los migrantes pero a la inversa», informa aunque, entre penuria y penuria, tuvo tiempo de vivir «en un paraíso hippy» como Playa Zipolite.

Después se dirigió hacia el itsmo y, para eso, tuvo que atravesar El Salvador, país tan de actualidad. No lo tuvo nada fácil. «Sentí miedo, la verdad. Te cagas por las patas del ambiente que había», afirma sin rubor. Era tal la sensación de inseguridad que «me sabía vigilado; ni me atrevía a sacar la cámara en el mercado».

Pasó de largo Costa Rica, «porque era una trampa para turistas», y se detuvo en Panamá. En cierto modo, se sintió dueño de su destino: «En la Selva del Darién me recibían los caciques de los pueblos indígenas y, para poder remontar un río, tuve que fletar un barco, contratar tripulantes... Pero yo era el capitán y decidía la hoja de ruta».

A América volvió el pasado mes de noviembre, para un viaje de inmersión, acelerada, en Argentina:«Buenos Aires, Patagonia, la Puna e Iguazú en apenas tres semanas. Todo muy apretadito. Me dolían los brazos de conducir sobre tanto ripio (gravilla)», se lamenta.

El continente africano no lo tiene muy trillado aunque ha combinado lujo («Seychelles o Zanzíbar») con destinos más pedestres como «Marruecos, Senegal o Túnez». «Me gustaría volver a hacer un safari, en Botsuana que es más agradecido para el bolsillo», bromea.

Asia la conoce «más o menos bien» tras haber viajado por Myanmar, «el primer viaje con mi mujer», Vietnam, China, Camboya, India, Filipinas, Tailandia«y dos veces en Irán». Su preferido es Turquía, tan europeo como asiático.

La covid echó por tierra su sueño «de volver a Rusia» y también las esperanzas de visitar «Chipre». Le ahorró muchas millas aéreas y, tras su irrupción, aceleró las ansias de moverse de toda clase media. «Yo era muy de ir a salto de mata, improvisando, pero con tanto turista de acá para allá, no queda otra que reservar con tiempo», se desespera.