Comienza la cuenta atrás para Daniel Sancho. A menos de 24 horas para sentarse en el banquillo, el joven español comparte una celda con hasta 50 presos, practicando yoga, entrenando muay thai (boxeo tailandés) y leyendo. Así se ha pasado ocho meses en la prisión de la isla tailandesa de Samui el joven español, acusado del asesinato del colombiano Edwin Arrieta.
La gravedad del caso y el atronador ruido mediático que ha generado contrastan con el ambiente relajado y pacífico de la cárcel de Samui, donde Sancho ingresó el 7 de agosto de 2023 tras confesar la muerte y el descuartizamiento del cirujano plástico en la vecina isla de Phangan.
Sancho, de 29 años, que posteriormente se declaró no culpable del asesinato y quien asegura que el fallecimiento de Arrieta se produjo durante una pelea y que actuó en defensa propia, ha pasado 240 días a la espera de este proceso que se prolongará hasta el 3 de mayo y en el que podría ser condenado a la pena capital, que la ley tailandesa establece para delitos de sangre.
«El ambiente aquí es bueno, nos tratan bien y no hay ningún tipo ni de violencia ni de drogas», explicó desde la celda en una de las visitas.
El chef confía en su absolución, porque asegura que fue víctima de un intento de agresión sexual y que a raíz de ahí se inició una trifulca, que acabó con un trágico desenlace. «Estoy convencido que me van a absolver», declaró.
Acusado de asesinato premeditado, hacer desaparecer el cadáver y de la destrucción del pasaporte de Arrieta, el preso se tendrá que desplazar a diario, desde mañana, hasta el cercano tribunal provincial. Si tras el proceso, en el que participarán unos 50 testigos de las acusaciones y la defensa, Sancho fuera condenado a 15 años, tendría que ser trasladado a una prisión de mayor seguridad, como la provincial de Suratthani o la temida Bang Kwang de Bangkok.
Un centro amable
Rodeada de naturaleza y situada en una tranquila zona de la turística isla, la cárcel de Samui está considerada en Tailandia un centro penitenciario «amable». A diferencia de otras del país, está poco masificada y acoge a 500 presos, en su mayoría hombres, con penas máximas de 15 años. La visitas, de 15 minutos y en las que Sancho se muestra relajado y con buen ánimo, se llevan a cabo en una sala en la que a los presos, alrededor de una decena cada vez, les separa de sus visitantes un cristal, por lo que hay que hablar a través de un teléfono.
Llevar pelo corto es obligatorio y los reclusos tienen un uniforme de camisola y pantalón por la rodilla de color beige, aunque solo se les exige esta vestimenta durante los recuentos diarios.
Sancho se encuentra desde que llegó en el llamado módulo hospitalario, donde se aloja a los delincuentes con algún problema de salud o durante el período de adaptación que se concede a extranjeros.
Durante la mayor parte de su estancia, ha compartido la celda con 15 presos, que duermen en el suelo o en una colchoneta. No obstante, desde el pasado 13 de marzo lo hace con hasta medio centenar, debido a una remodelación del módulo.
Allí pasan unas 14 horas diarias. Uno de los principales problemas de las prisiones tailandesas, además de la masificación predominante -un informe publicado este año por la Federación Internacional de Derechos Humanos indicó que el hacinamiento continúa siendo «endémico»- es la falta de actividades, especialmente para los que no saben el idioma.
Clásicos y aventuras
Sancho, que comparte estancia con otro español y un británico con los que habla «todo el tiempo», relata que hace yoga a diario por su cuenta y entrena muay thai, deporte al que era aficionado. «Aquí todo el mundo lo practica, es el deporte nacional», apunta. Los presos en Samui también cuentan con una biblioteca. «Estoy leyendo mucho. Llevaba años sin leer, desde que me leí Juego de Tronos», admite.
El joven español, que se formó como chef y era socio de una empresa de catering, enumera sus últimas lecturas: desde las novelas del peruano Carlos Castaneda, a temática sobre la Antigua Roma, cuentos de Edgar Allan Poe o El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas.
Internet, sin embargo, no está permitido y el único acceso a música o contenidos audiovisuales es a través de una televisión que se encuentra en una sala común.
Sancho cuenta que ha repasado mentalmente los viajes que ha hecho, las calles de ciudades que conoce y canciones que le gustan, y que escribe sobre ello para no olvidarse. En estos ocho meses, ha recibido principalmente las visitas de sus padres, el actor Rodolfo Sancho y la analista de inversiones Silvia Bronchalo, que han viajado en varias ocasiones a Tailandia y con quienes ha podido hablar también a través de tres videoconferencias al mes a las que tiene derecho.