"Los pilotos de Fórmula 1 son auténticos divos"

Francisco Martín Losa
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Rafael Cabezón Tricio empresario y vicepresidente nacional de la Federación Española de Automovilismo durante 16 años traza en 'Encuentro' retazos de una vida intensa

Rafael Cabezón, en su casa de Logroño. - Foto: Óscar Solorzano

Es difícil, casi siempre, llegar a la montaña como a los hombres cumplir con su sueño, pero merece la alegría. Luego, está sobrado y premiado por su esfuerzo. Muchas veces, las personas a las cosas cercanas, al alcance de la mano, no les dan su importancia y ni su mérito a fuerza de la costumbre. Rafa Cabezón Tricio ya está ausente de los circuitos, pero se ha recorrido medio mundo como vicepresidente de la Federación Española de Automovilismo, 16 añazos, metido en los boxes y carreras con los héroes de los rallies y las estrellas de las Fórmulas 1 y 3. Está lleno de vida ante los próximos 78 años, que le caen el 25 de julio, pero ya no anda detrás de los focos mediáticos, ni persigue el flash de una cámara. Manías y aficiones aparte, Rafa Cabezón, asoma a esta ventana por su contribución amplia y muy diversa para situar a La Rioja en una tierra conocida, admirada y envidiada. Hay que coger su historia en marcha o en velocidad de crucero, para que pueda, en este escaparate periodístico, decirlo todo por sus nombres y apellidos, que es el certificado de honradez.

DE CINCO HERMANOS, EL DE EN MEDIO. Yo le felicito porque atesora en casa auténticas joyas que ha coleccionando a lo largo del tiempo. Estudió en la escuela que estaba al lado del antiguo parque de Bomberos, junto al Gobierno Militar y, entre su padre, que era taxista y compañero de Pepe Blanco, y el maestro Andrés Martínez, el que escribió Mis dictados, se empeñaron en que tenía maneras para estudiar. «A las 14 años acabé el peritaje y seguí con los libros para obtener el título de profesorado mercantil en Zaragoza, lo que hoy sería la carrera de Empresariales. Somos cinco hermanos y soy el de en medio, dos para arriba y dos para abajo y el que venía detrás de mí falleció». Sin preguntárselo y sin saberlo del todo, echa el tiempo atrás, con esa mirada de observación, todavía con acento de adolescente. «La verdad es que no sabía lo que quería hacer en la vida. Mi padre Rafael, al cabo de 1960, dejó el taxi y se pasó al champiñón. Aterrizamos en Madrid y, como mi padre no tenía un duro, le alquilamos al Estado un túnel que había en Calandra, un kilómetro de largo, mil metros para el cultivo del champiñón; era el espacio mayor de España. Se había hecho un ferrocarril en la época de Calvo Sotelo, pero nunca se terminó, lo tapiamos y allí estuvimos dos años. Tenía yo 18 años y mi hermano mayor 19. Cogimos una cuadrilla de chicas y, cuando acababan una hilera, ya estaba preparada la siguiente y vuelta a empezar. Mi hermano, a las siete de la tarde, cogía el coche, un seat 124 blanco ranchera, se iba al mercado central de Barcelona y vendía 1.000 kilos de champiñón; terminaba a las tres de la madrugada con el asentador y regresaba a Calandra, se volvía a llenar y de nuevo a Barcelona y así. Era tal la cantidad de champiñón que alquilamos una fábrica de acera, se metía en salmuera y aguantaba más en toneles de madera como los del vino. También abastecíamos a las fábricas de Logroño, a Trevijano y a Ulecia». Ojeando los datos, quiere resaltar un hecho. «Doña María de los Ángeles Trevijano Lardies le facilitó un aval a mi padre para un crédito y, con ese dinero, se hicieron en La Portalada las primeras diez bodegas para champiñón y allí nos metimos de lleno».

RUPTURA FAMILIAR E INDEPENDENCIA. Nunca había pensado que cultivar champiñón fuera su meta y, en seguida, nuestro protagonista, salió del cuenco familiar. «Yo estaba en Zaragoza, trabajaba y estudiaba. Me daba las clases Jaime Oca y me examinaba en julio y en septiembre»; y no hacen falta las preguntas para que Rafa Cabezón contara lo que sucedió en el seno de su casa. «Mis padres eran una cosa rara y en el año 1965 se separaron, los abogados de ambos llegaron a un acuerdo por el que mi padre le pasaría una pensión a mí madre. Nunca la recibió, se la pasé yo. Mis hermanos se quedaron con mi madre y yo me traje a mi padre a un piso que fui pagando con las comisiones de las semillas del champiñón, en la calle Pérez Galdós. Mis hermanos no lo entendieron, pero no lo iba a dejar tirado en la calle. Tenía 54 años y tan mal carácter que no lo querían ni los empleados ni en las fábricas a las que servía». Como ley de vida, nuestro protagonista se independizó en 1965, con todas las puertas y ventanas del trabajo abiertas, siempre autónomo, eso sí. «Me puse con un socio en una compañía de seguros, Seguros Cúspide, y tuvimos la dirección regional de la zona, Navarra, Bilbao, Burgos, Vitoria y La Rioja. Se ganaba entonces, año 1975, mucho, mucho dinero en los seguros. Nada de un 10 por ciento; 20 y hasta el 40 por ciento. En los de vida, te sacabas hasta un 120 por ciento. Estuvimos un año y pico pero veía que aquello no iba a funcionar. Constituimos dos financieras, sin dinero y le dije a mi socio José Luis Alonso: «Esto va a acabar como el rosario de la Aurora y me voy. Me dio un millón de pesetas de entonces y una casa en El Rasillo y a volver a empezar».

SU PROFESIÓN DE SIEMPRE. Hay una observación incisiva, una voz de timbre perfecto y como una fuga con acento adolescente, Rafa da con la tecla de su futuro, prácticamente, hasta la jubilación. «Me dice un día un fabricante de semillas de champiñón que tenía una fábrica de papeles pintados en Francia; y eso qué es, le pregunté, y contestó: lo que se coloca en las paredes. Dicho y hecho, alquilo un local en la calle La Cigüeña y me pongo a vender papel pintado. Enseguida tengo un empleado que estaba en Ferretería Anguiano y un pintor. Catálogo en mano, vendía a 10 pesetas y, a mí, me salía a una. Como se vendía tan bien, les daba un 40 por ciento de comisión. Y así se escribe la primera página de la primera tienda en República Argentina, Sylvia Decoración, como el nombre de su hija, a la que siguen en Ollerías, en Calahorra, otra en Marqués de la Ensenada y fue ampliando. «Comencé con dos empleados y, al final, la nómina era de 20 y, a lo largo de la vida, fue evolucionando. Al principio, pintar y empapelar y, dándole vueltas a la cabeza, entré en el mundo de las reformas de pisos, de locales, todo tipo de establecimientos, clínicas, a los Ortega, les trabajé para los cines Alhambra, el Sahor y los Duplex. Se pueden contar por cientos, las reformas en que he participado». Colgada quedó la actividad champiñonera que gestionaba su padre de aquella manera. «Llegó un momento en que el jefe de Inspección del Ayuntamiento de Logroño me comenta que mi padre no pagaba. Lo resolvimos echando leches. Nos ofrecían diez millones en el Ayuntamiento y, en una inmobiliaria, pujaron hasta 25 millones de pesetas». Calculadora y haciendo cuentas, el dinero con dinero se arregla y por abreviar, con los millones recibidos, se liquidó la deuda municipal, quedó un pico, su madre le cedió el 50 por ciento, porque respondía de su pensión y, aguantando, dio una parte a cada hermano y se quedó más ancho que largo y a otra cosa.

LA CASA DE SU VIDA. Este Rafa es abierto, expansivo, es generoso, siempre en busca de la obra de su vida, hasta que le encontró y cumplió su sueño. «Aunque no he estudiado ingeniería, interpretaba muy bien los planos, como un buen delineante. Tenía pintores, escayolistas, carpinteros, colocadores de suelos, madera, maqueta y pladur. Era 2002, había entregado llave en mano la casa de mi amigo Manuel Fernández, que ya murió y me chocó un letrero en el edificio de Calvo Sotelo número 7, que se vende. Sin pensarlo más, fui a ver a los Infante y les muestro mi interés, pido un crédito, que me dieron sin problemas y otros 40.000 euros e iniciamos la casa, con fachada protegida, no de 10 viviendas sino de 12 porque, en la cuarta planta, logré 4 apartamentos para los hermanos Infante. Total: ocho viviendas grandes de 140 metros cuadrados, los vendí todos y no tuve que ir a una inmobiliaria». Hay situaciones que no precisan de aclaración ni componendas y el proyecto salió como quería el hombre. «Quise una casa a mi gusto. El arquitecto, que fue Francisco Martínez, Paquito me reconoció: Rafa, te has gastado 50.000 euros de más, pero has hecho una casa que no tiene nada que ver con lo que se construye en Logroño». Toda obra importante es una parábola del personaje que la impulsa y, por eso, surgen las explicaciones. «Claro, hice los tabiques de pladur pero de doble capa, mármol en los baños, hasta el techo, las cortinas montadas a mi gusto, tarima de 15 milímetros en todo la casa, un ascensor de cristal, que no había en todo Logroño, doble acristalamiento en los balcones, la cubierta, que era buena, me obligaron a colocar teja antigua bueno, bueno, una maravilla...El Ayuntamiento la declaró modelo de rehabilitación, me quedé con dos pisos, los dos primeros, que los tengo alquilamos, muy bien y gané dinero, ¡qué más podía pedir! Al llegar a los 65 años, me jubilo, se cierra mi etapa profesional y a descansar».

EL OTRO RAFA, EN LA COMPETICIÓN AUTOMOVILISTA. Hay que coger el coche en marcha y dejarlo que ruede, entre competición, triunfos, circuitos por medio mundo, Montecarlo, Monza, Brasil y un largo etcétera de carreras. Ese mundo despierta en Rafa su entusiasmo más allá de lo deportivo. «En el año 70, un amigo mío, Jesús Santamaría, ya fallecido, me invita a organizar un rallye en La Rioja y ami coche lo mandan a Barcelona, un seat 1.430 de 70 caballos al que le ponen 130. Empecé a correr, primero por aquí en la Subida a Clavijo, luego en el rally de Firestone. Me hicieron presidente de la Federación Riojana de Automovilismo de La Rioja y teníamos unas pruebas impresionantes con el Criterium de La Rioja, puntuable en el Campeonato de España. Conseguimos un cuadro de oficiales que era la envidia de todo el norte, me refiero a directores de carreras, comisarios y técnicos. Yo corrí del 70 al 73 y tengo trofeos del circuito de Alcañiz, que logro, en la carrera regional primero y segundo y también patrocinaba algún coche, que por aquí venía Jorge de Bragation, que traía un Lancia. Tenías que dedicarle mucho, mucho tiempo y muchos contactos e influencias».

NÚMERO '2' DE LA FEDERACIÓN ESPAÑOLA. Hasta las personas más exigentes consigo mismo reconocen que hay que estar en el lugar oportuno y en el momento oportuno». A Carlos Gracia, gran amigo que venía de correr en Logroño, le nombran en 1984 presidente de la Española de Automovilismo y me ofrece la Vicepresidencia, hasta que yo quiera. Le digo que sí y me estado en el cargo hasta el año 2000. Lo que podría contar es para una novela por capítulos. Todos los fines de semana, siempre con su mujer Mari, estaban en danza en el Príncipe de Asturias, en Bélgica, en Montecarlo. «En Mónaco nos tuvimos que vestir de pingüino para la fiesta en el Hotel París, junto al Casino, he estado en Brasil, en Monza, en todas las competiciones. Carlos Gracia era una máquina de gastar, caía muy bien y con una habilidad para conseguir patrocinadores y ayudas». Metido en esta vorágine, aguantó tiempo en el cargo. «Es un mundo muy complejo y los pilotos son auténticos divos con una clarividencia, destreza, inteligencia y nervios para correr a más de 300 kilómetros por hora. Durante ocho años, fui director en Alcañiz y, a varios pilotos, los patrocinaba la propia Federación. A Pedro Martínez de la Rosa le pagábamos los estudios en Inglaterra y ganó dos años en la Fórmula 3. Tenía madera para estar en la Fórmula 1, pero su equipo Minardi era de los más pequeños de presupuesto y acabó de probador de equipos, uno de ellos, en Ferrari. En 2000 le digo al presidente que ya no le hago falta, además de que había divergencia en temas deportivos y no quería perder al amigo y me fui después de 16 años». La lucecita no se apaga y, sin que se lo preguntes, es fácil conocer la respuesta. «Me ha gustado mucho y lo he pasado de cine. He tenido un Jaguar durante 20 años, me lo podía permitir, pero era muy bajo para mi edad y ahora conduzco un SUV de Nissan».

LA VIDA PERSONAL. Hemos charlado mucho pero luego hemos ido a seguir la conversación por otros derroteros. Rafa ha desarrollado una intensa vida empresarial, con larga estancia en cargos de la Cámara de Comercio, fue también vicepresidente. Tiene dos hijas Sylvia y Susana, y cinco nietos. En la primera, pensó para la sucesión en el negocio pero se cruzó en el camino su marido Mariano Arrazola, hoy general de Brigada, segundo JEME en el Ejército de Tierra, y se vino abajo el sueño. Susana y su marido andan metidos, muy a gusto, en la banca de Patricia Botín y no hubo ocasión de proponérselo. Es muy religioso, practicante sin tapujos, como una realidad y sin alardes. Colecciona de todo lo que uno pueda ser poseedor y tiene hasta la colección de vitolas de puros de El Quijote, sellos, monedas, libros increíbles y más de 120 álbumes de fotografías de papel, aunque ahora en digital, de sus viajes, sus audiencias con los Reyes y con el Papa Juan Pablo II, merced al cardenal riojano Eduardo Martínez Somalo. No sé que recordar más. Por ejemplo, fuma siempre cigarrillos, nunca puros, participa en la tamborrada de Calandra, porque su esposa es de la famosa localidad turolense y le casó en su iglesia un obispo agustino. No se pierde un concierto y devora todos los libros que caen en sus manos. Se encarga de la compra a diario, asiduo al mercado de Abastos, cocina y prepara un pastel de cabracho, como para sacarle en hombros. «Tengo a Mari como una reina: se lo merece». Con todo, la vida de Rafa Cabezón, amigo, ha sido su escuela, su bachillerato y su universidad y, a sus años, hace lo que le pide el cuerpo y el alma.