2016. De cómo Rajoy ganó y perdió en el mismo año

Carlos Dávila
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Y de cómo Sánchez fue arrojado a las tinieblas socialistas

2016. De cómo Rajoy ganó y perdió en el mismo año

Fue aquel ejercicio en España muy intenso. De pronto, y para iniciar enero, al aún presidente de la Generalidad catalana, Artur Mas, le entró un ataque de dignidad, cedió el puesto y designó sucesor a su alter ego gerundense, un desconocido alcalde, otrora periodista, que atendía, y atiende, por Puigdemont, así, a secas. Éste no disimuló ni un momento: «Vengo -dijo- a proclamar la independencia de Cataluña», y a fe que lo intentó en muy poco tiempo. El conflicto en el antiguo Principado planeaba de forma negativa por toda la política hispana que, además, no lograba encontrar un presidente de la nación. Sorprendentemente, Mariano Rajoy, que había conseguido un pírrico triunfo en el diciembre anterior, declinó la oferta del Rey de presentarse a la investidura y su gesto inauguró una crisis sin precedentes que tuvo otra intentona frustrada y, por fin, repetición de elecciones. Sánchez se presentó de inicio en el despacho del Rey y se ofreció como candidato, el Rey le deparó esa posibilidad y en el cercano marzo el aspirante llegó a las Cortes con una aspiración derrotada de antemano: solo obtuvo 131 votos favorables y le vapulearon 219, de este modo se fue, por muy poco tiempo, con su música, que entonces sonaba mejor que ahora, a otra parte.

En aquel entonces, Pedro Sánchez no gozaba precisamente de los parabienes de su partido, el PSOE. Tanto es así que en una tumultuosa sesión del Comité Federal, perdió toda opción de continuar como secretario general y entregó el cargo. Aquella sesión partidista pasó a los anales de lo que es una reunión trufada de todas las trampas posibles, urnas amañadas incluidas. Sánchez se marchó escondido en un utilitario y, sin muchos ambages, prometió volver y, ya se sabe que regresó de verdad, hasta un punto que no se sabe ya si tendrá retorno porque, muchos años después del 16, Sánchez fue ovacionado por un tercio de la población española que le dijo amablemente: «Haga con nosotros lo que quiera, que le vamos a votar». Pero esa es ya otra historia posterior.

 De modo que España se abocó a nuevas elecciones que se celebraron, casi sin solución de continuidad, en octubre, y esta vez con un resultado modesto, 137 escaños, para Mariano Rajoy que se alzó con la victoria. El PSOE de Rubalcaba se quedó en 85 y el llamado «Efecto Rivera» o «Efecto Ciudadanos», que nunca se supo muy bien en qué consistía, apenas sumó a duras penas los 32 representantes. En ese momento, según todas las crónicas, comenzaron a diluirse los dos efectos, y Ciudadanos, que estuvo a punto de gobernar, se quedó casi de gregario en las Cortes, y es que en política, como en la vida, cuando se deja pasar una oportunidad, se pierde para siempre. Rajoy se presentó, esta vez, sí, en el Parlamento de la Nación y se llevó los votos afirmativos de 170 diputados, el NO se lo propinaron 111 de diferentes obediencias y al PSOE le dio un ataque «de Estado» que todavía se recuerda, y se abstuvo, así Mariano Rajoy regresó a La Moncloa. Entre los abstencionistas del PSOE se hallaba Pedro Sánchez, que se inclinó disciplinadamente por lo que le mandaba la dirección de su partido; luego hemos sabido, por confesión propia, que lo hizo tapándose la nariz, pero ese extremo no se puede confirmar por la sencilla razón de que nos existe fotografía alguna del acontecimiento.

 Y aún quedaron en ese 2016 otras dos elecciones: las del País Vasco y las de Galicia, que se sustanciaron sin sorpresas: Feijóo repitió con mayoría absoluta (el único político en España que nunca ha perdido una elección) y en Vitoria las cosas fueron más complicadas para el Partido Nacionalista Vasco (PNV) que con 28 escaños no pudo atreverse a gobernar en solitario y tuvo que aliarse con los socialistas que, la verdad, no rentabilizaron en modo alguno aquella coalición.

 Y mientras los habitantes de esta España en plenos sofocos electorales iban apaciguando, uno a uno, el que tocaba en cada momento, se vivían otras alteraciones de índole judicial. Todas muy sonadas. Sin ir más lejos, la declaración de la Infanta Doña Cristina de Borbón en el Juzgado de Palma de Mallorca, en el que un juez sectario, de apellido Castro, que luego se declaró enemigo acérrimo de la Corona, se empeñó en empapelar a la primera persona de la Casa Real sometida a un proceso. Doña Cristina, excelentemente aconsejada por su abogado Miquel Roca, salió indemne de los interrogatorios voraces a que fue sometida, tras asegurar que ella no tenía ni arte, ni parte en los negocios de su marido, que era Iñaki Urdangarín, quien se manejaba en diferentes escenarios de influencia donde obtenía pingües beneficios. La cosa se quedó en nada pero, según informaban ya entonces diferentes papeles rosas, en aquel momento preciso empezó a romperse el que hasta entonces pareció un matrimonio ejemplar. Iñaki Urdangarín se enfadó sobremanera y confesó a un amigo íntimo: «Este marrón me lo voy a comer yo solo y los demás van a salir de rositas»; excusó decir a quien se refería, el entonces Duque de Lugo.

 El otro juicio sonado fue el de la Gürtel. Denominación que los investigadores colocaron al asunto porque respondía en alemán al apellido del principal sujeto del escándalo, el pillo Francisco Correa. Éste, junto con Crespo, un antiguo secretario del PP gallego y algunos otros golfos, se enriquecieron brutamente durante años logrando para sus bolsillos sustanciosas dádivas en forma de contratos y comisiones, la mayoría procedentes de los municipios que gobernaba el Partido Popular. Por si todo fuera poco, para colocar a este partido en un auténtico brete, por allí apareció el tesorero nacional, Luis Bárcenas, otro de los agraciados con las fechorías del maestro Correa. El caso, después de tanto años aún colea, y sus protagonistas entran y salen del trullo cada uno como Pedro por su casa. Y por si fuera poco, también preferentemente, al PP le estalló en las manos el escándalo de las tarjetas black. Resultó que todo el tiempo en que ejercían como consejeros, primero de la Caja de Madrid y luego de Bankia, 65 de estos personajes utilizaron las susodichas tarjetas para los más amplios menesteres. Desde para ponerse las botas en los más famosos restaurantes, hasta para comprar lencería fina a sus amantes. El caso salpicó sobre todo a dos antiguos amigos de Aznar: Rodrigo Rato y Miguel Blesa, para los que la Fiscalía exigía seis y cuatro años de prisión respectivamente. El primero cumplió 24 meses en Soto del Real y el segundo decidió suicidarse. Mal destino para los dos.

 Ya para finalizar ese capítulo político y judicial un recuerdo somero para los siguientes acontecimientos: dimisión de un ministro del Gobierno, José Manuel Soria por tener empresas opacas en el Caso Panamá. Muere, humillada, la que fue la mejor alcaldesa de Valencia, Rita Barbera. De pronto, Obama sorprende a propios y extraños y viaja a Cuba, a la postre sin resultado alguno; fuera por ésto o porque los norteamericanos querían droga dura en la Casa Blanca, eligieron en noviembre a Donald Trump como presidente. El Papa Francisco -éste sin sorpresas- canonizó a la madre Teresa de Calcuta. En Colombia, el Gobierno de Santos y la guerrilla de las FARC firmaron un acuerdo de paz tras 88 años de conflicto armado; y ya por el mundo se nos fueron los cantantes David Bowie y Leonard Cohen, mi preferido, Fidel Castro, ¡qué decir de él!, y Cruyff, del que también se dijo de todo. Síntesis apretada de un año crucial en la vida de España.