Adiós al mito

Feli Agustín
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Rodeado de amigos, el Dorado, el bar de rock and roll por excelencia de Logroño, cerró anoche sus puertas tras 32 años. John Wayne ha dejado de ser testigo de la evolución de la ciudad desde su privilegiada ubicación en Portales

La retirada del cartel con el rostro de John Wayne simboliza el cierre de El Dorado. - Foto: Óscar Solorzano

«Acabemos esto como lo empezamos... juntos». Así rezaba el mensaje del último cartel que anunciaba la última actuación del último día de El Dorado; tras 32 años de historia, el emblemático bar de rock and roll de Logroño cerraba anoche sus puertas. Eran las 10 cuando su propietario, Alberto Martín Ramos,  retiraba la foto de John Wayne que lucía la fachada del establecimiento  de la calle Portales, cerrando un ciclo de tres décadas en las que el hombre que mató a Liberty Valance ha asistido a un profundo cambio en la ciudad y los usos y costumbres de sus ciudadanos.

Esta es una de las razones que han llevado a Alberto -siempre acompañado por su mujer, Mari Jose- a cerrar un periodo vital para el que lleva preparándose hace meses, empujado por diversas circunstancias, como la subida de precios o las cuotas de autónomos, el envejecimiento y el cambio de vida de su clientela tradicional o el cansancio de su propietario.

«Todo cambia, las costumbres son distintas y mis clientes ya no vienen tanto al casco antiguo», cuenta Alberto, que presume de que tres generaciones de riojanos han estado clavados alguna vez en la barra del bar.

Cuenta que no es difícil captar nuevos parroquianos, pero la reinvención le obligaría a renunciar al alma de un bar de los años 90, a dejar atrás la esencia de un establecimiento que fue de los pioneros en la ciudad en servir cervezas de importación. «Quien entra por esa puerta lo hace al Dorado del año 91, y así es como he querido que fuera», explica Alberto, que cuenta que ya anunció que mientras él estuviera al frente, El Dorado seguiría siendo El Dorado, una promesa que ha cumplido.

El sueño de una quimera se inició hace 32 años cuando, junto a su antiguo socio Pedro Sáez, con quien había trabajado en otro bar, el Blue Moon, decidió buscar una ubicación para un nuevo negocio. Barajaron varios emplazamientos -la calle Mayor, la Zona o una incipiente Plaza del Mercado-, y la posibilidad de que se peatonalizara la calle les animó a instalarse en Portales. Las querencias de uno y otro y una noche de cervezas junto al desaparecido y cinéfilo Francis Cillero -trabajó en Días de Cine, de TVE- otorgó el nombre al bar.

Todos los públicos. En estas tres décadas de transición entre uno y otro milenio, con épocas en las que el bar ha funcionado «muy bien», Alberto relata que El Dorado ha dado cabida a todo tipo de público, de los diferentes estratos de la sociedad logroñesa. Nuevas parejas nacieron y 'han bautizado' a la sombra de John Wayne a sus hijos, muchos de ellos se han llevado a casa carteles, cuadros y muebles del establecimiento como recuerdos de otra época de su vida.

«Hasta el taburete en el que estás sentada», le dice a la periodista el propietario de un establecimiento para cuya subsistencia durante la pandemia, sus amigos le abrieron un crowdfunding, que «dio para dos meses»;el traspaso, por el que se han interesado «en serio» cuatro personas, se ha visto frustrado por  la incapacidad de contar con cocina.

Alberto, que se muestra como un hombre tranquilo, buscará un trabajo fuera de hostelería, aunque echará una mano a un amigo cuando así lo necesite, y ha decidido que fuera después de Navidad el momento de la despedida para decir adiós a todos aquellos que viven fuera. El hostelero, a quien ha ayudado tras la barra del bar su hermano Juan, se muestra «orgulloso» de haber recibido en su establecimiento «familias con niños desde siempre», los amigos que ha cultivado y el 'máster' de psicología que le han supuesto estas tres décadas, en las que ha realizado campañas solidarias de recogida de juguetes o comida.

Unai heredará el póster de John Wayne de manos de su padre, que afirma que se va con pena, pero sin miedo desde un corazón que ahora viaja en una «montaña rusa de sensaciones y emociones».

Con muchos abrazos y alguna lágrima, una paella rodeado de amigos y una sesión de rock pinchada por dj Beltz -su hijo Julen-, el propietario del bar de rock and roll por excelencia de la ciudad cerró anoche las puertas y, como centauros del desierto, sus clientes mirarán al horizonte con incertidumbre, pero con esperanza de encontrar otro dorado.