El personaje me lo descubrió, como tantos otros, Miguel de la Quadra Salcedo en el transcurso de la última expedición en todo terreno del mítico Camel Trophy. Fue en Tierra de Fuego (Argentina), tras haber cruzado la Patagonia, en agosto del 98, o sea en pleno invierno y a 22ºC bajo cero, en su extremo sur, en la Bahía Lapataia, al lado de un cartel que ponía «Alaska 17.848 kilómetros», dónde los cuaquenes (avutardas antárticas) se dejaban fotografiar a tres metros sin asustarse del humano. Allí, Miguel me habló con admiración de aquel gran explorador, Pedro Sarmiento de Gamboa, a quien el rey Felipe II encargó la tarea de poblar la tierra más inhóspita del mundo y defender el paso descubierto por España entre Atlántico y Pacífico, el estrecho de Magallanes. El Fin del Mundo.
Sarmiento de Gamboa, nació, por casualidad, en Alcalá de Henares en 1532, hijo de Bartolomé Sarmiento, pontevedrés, y María Gamboa, bilbaína, pero pasó su infancia y juventud en la casa paterna de la hermosa ría gallega, aprovechando su tiempo en conseguir una potente formación intelectual, hasta que a los 18 años optó por la carrera de las armas y se alistó en los ejércitos del Emperador Carlos.
Fue un buen soldado y un avezado marino, valiente y tenaz, también un hombre de gran cultura científica, cosmógrafo, matemático, escritor, historiador y astrólogo, humanista y librepensador, lo que le acarreó, claro, más disgustos que aprecios y lo peor, de desdichada fortuna. Sus hazañas no obtuvieron recompensa alguna sino que culminaron en desgracias. Pero fue grande su empuje, extraordinarios sus descubrimientos y merecido el recuerdo, que tan solo algunos estudiosos han querido rescatar, de su azarosa vida.
Estrecho de Magallanes, en el sur de Chile - Foto: Joerg BonnerTras cinco años, de 1550 a 1555 combatiendo por toda Europa y, especialmente, en Flandes, cruzó el Atlántico y llegó a México. Allí tuvo su primer gran tropiezo. La Inquisición le sentenció a ser azotado en la plaza de Puebla por hacer burla de un Auto de Fe y expulsado del virreinato, por lo que pasó al de Perú, donde se asentaría para muchos años, culminando allí su formación náutica y cosmográfica que le valieron una gran reputación pero, de nuevo, por su afición a la astronomía, le provocaron nuevos choques con los inquisidores que le acabaron por llevar a la cárcel y a otra condena, en el año 1565, al destierro.
Pero el arzobispo de Lima le levantó la pena. La razón era una gran expedición armada por los comerciantes más ricos y auspiciada por el propio presidente de la Audiencia, y Virrey en funciones, Lope García de Castro que partía nada menos que a buscar unas islas que se suponían llenas de oro, donde estarían las míticas minas del Rey Salomón, la tierra de Ofir y Sarmiento de Gamboa era el único con los conocimientos y la capacidad necesaria para navegar por aquellas aguas del inmenso Océano Pacífico.
Le dieron el mando de una nave y se le encomendó trazar la ruta, pero el mando de la flota recayó en Álvaro de Mendaña, con tan solo 22 años y sin apenas experiencia marinera, pero era sobrino de García de Castro. Este varió la derrota trazada por Sarmiento, que los hubiera llevado a Australia, y con lo que se topó fue con el archipiélago, que creyendo las leyendas bautizó como Islas Salomón. No encontraron oro, pero la rivalidad entre ambos se volvió enconada y al retorno quien acabó ante la Audiencia de Lima fue, de nuevo, Sarmiento de Gamboa.
Medallón de Pedro Sarmiento de GamboaLe salvó el virrey recién llegado, Francisco Álvarez de Toledo, impresionado por sus argumentos y clara exposición de lo sucedido. No solo ello, lo nombró cosmógrafo general de los reinos del Perú, viajando juntos por todo el virreinato entre los años 1570 y 1572 y que culminó en una magna obra de Sarmiento titulada llamada Historia Indica que, tras describir geográficamente el territorio, relata la historia de los incas y la conquista española.
Piratas
El ataque del pirata Drake a las colonias indefensas del Pacífico, tras atravesar el estrecho de Magallanes, hasta aquel momento, 1578, más de medio siglo tan solo conocido por los españoles, hizo saltar todas las alarmas. Sarmiento persiguió a la única nave que quedaba a flote de la flotilla pirata pero no pudo darle caza pues ya había abandonado la zona y logrado llegar con un inmenso tesoro a Londres. La decisión del virrey, aprobada por Felipe II fue entonces la de poblar el estrecho y bloquear con un potente fuerte su paso.
Se encomendó de esa tarea a Sarmiento de Gamboa, que retornó a España, fue nombrado gobernador y capitán general del Estrecho y se armó una expedición de 23 naves para acometer la empresa. Pero se dio el mando de la flota al inepto Diego Flores Valdés. En la expedición también embarcó Alonso de Sotomayor, nombrado gobernador de Chile que se dirigía allá con sus tropas. La primera salida a mar abierto ya fue desastrosa. Una primera tormenta les hizo volver a puerto tras perder cuatro naves. Lo intentaron otra vez dos meses después, en diciembre de 1581, con 16 navíos, pero Flores se detuvo en Cabo Verde hasta febrero, donde perdieron gente por muertes y deserciones. Finalmente, logró llegar a Río de Janeiro en marzo, pero allí se demoró otros seis meses esperando mejor tiempo.
Llegados al fin al Río de la Plata, Sotomayor, harto, desembarcó con sus tropas y emprendió por tierra su camino a Chile. Bien hizo, el inútil Flores de Valdés, ya solo con cinco naves y una vez llegado al Estrecho no fue capaz de entrar por el mal tiempo y desistió de hacerlo. Dejó a Sarmiento de Gamboa con una sola nave y 338 personas de las que 13 eran mujeres y 10 niños y él con las otras cuatro regresó a España. Da prueba de su calaña esta frase de despedida al serle reprochado su acto cobarde: «me da un cuarto que se mueran todos y todas. No sé para qué quiere el rey poblar las Indias».
Sarmiento de Gamboa logró penetrar en el Estrecho, pero en la Segunda Angostura el mar lo escupió de nuevo fuera por lo que desembarcó en Cabo Vírgenes donde fundó un primer enclave, Nombre de Jesús, y al poco la falta de recursos del entorno le aconsejó dividir el grupo. Por lo que 150 partieron y a 80 leguas fundaron ya en el Estrecho la ciudad Rey Felipe. Se construyeron casas, cuatro fortines, se emplazaron cañones y se prepararon para afrontar el terrible invierno austral. La escasez de víveres hizo que Gamboa saliera con el barco a buscar suministros logrando llegar a Río de Janeiro. Desde allí, y por dos veces, intentó regresar con vituallas pero no pudo lograrlo por las tempestades. En una se fue a pique salvándose milagrosamente y llegando a la costa aferrado a un madero.
No cejó en su intento. Emprendió viaje a España para armar otra flota y regresar en auxilio de los que habían quedado en la terrible desolación patagónica. La mala suerte se cebó en él. El barco en el que iba fue apresado por el pirata inglés Walter Raleig y llevado a Inglaterra. Allí pareció enderezarse el asunto, la reina Isabel lo liberó con un mensaje para Felipe II pero cuando estaba a punto de atravesar la frontera, tras ser desembarcado en Calais, de Francia con España fue apresado por un noble bearnes, un hugonote, que exigió rescate. La Corona, ante la desesperación de Sarmiento de Gamboa que no dejaba de clamar al rey que socorriera a su gentes, tardó cuatro años en pagarlo. Puesto en libertad aún intentó una vez su mal hado y concluyó definitivamente por acabar con su tenacidad. En 1591, nombrado almirante de una de las embarcaciones para proteger a las naves de las flotas de Indias se dispuso a una nueva travesía pero murió en la mar al poco de salir desde Lisboa y sus restos fueron sepultados en el océano.
Desesperación
Para entonces, los pobladores del estrecho habían perecido hacía ya tiempo. Tres meses después de su partida, los casi 200 habitantes de Nombre de Jesús, desesperados, se trasladaron a pie hasta Rey Felipe. Pero solo encontraron mayor desolación y viendo que morirían allí todos emprendieron de nuevo el camino de vuelta hasta su punto de partida. No llegó ninguno.
Cuando meses después, los de Rey Felipe, tras mucha mortandad, famélicos y desesperados, pensaron en ser ellos quienes llegarán hasta Nombre de Jesús, lo que encontraron, a no mucho de iniciar la marcha, fueron las osamentas descarnadas de los otros. Solo quedaban ya 18 vivos, tres mujeres y 15 hombres cuando la salvación pareció llegar hasta ellos. Avistaron, cuando deambulaban por la costa buscando comida, en enero de 1587, tres barcos en la bahía Posesión. Era la flotilla pirata de Cavendich. Tres subieron a bordo, pero solo uno, Tomé Hernández, se quedó en la nave mientras los otros dos iban a avisar a los demás. Tomé sería, a la postre el único superviviente. Cavendich al notar viento favorable para cruzar el estrecho levó anclas de inmediato y dejó abandonados a los desgraciados que gritaban desesperados en la playa.
El pirata, sin embargo, si ancló después en Rey Felipe donde solo halló muertos «como perros en sus casas» en palabras de un compasivo contramaestre inglés y aprovechó para aprovisionarse de leña, agua y llevarse los cañones. Luego, le prendió fuego al lugar y lo bautizó como Puerto Hambre.
Ese fue el fin del primer intento de poblar el estrecho de Magallanes y el fin trágico del intento de Pedro Sarmiento de Gamboa. Al poco, además, el paso dejó de tener tanta importancia pues los barcos optaron cada vez más por bordear el cabo de Hornos.
De Sarmiento de Gamboa ha quedado una magnífica descripción cartográfica del Estrecho y los canales patagónicos. Sus recomendaciones de navegación por esas aguas fueron elogiadas por modernos navegantes como, por ejemplo, el vicealmirante Fitz Roy, cuando a bordo de la Beagle, atravesó por el canal que ahora lleva su nombre en compañía del naturalista Charles Darwin.
Y fue cruzado el Beagle y, ya en Tierra de Fuego, no lejos de la ciudad del Fin del Mundo, Ushuaia (Bahía que se adentra hacia el poniente, en lengua ona) cuando Miguel de la Quadra me habló de Sarmiento de Gamboa y aquellos hombres que perecieron de frío y hambre. Luego, le acompañé a conocer la última india ona, nombre de los aborígenes de la zona que fueron exterminados por los pastores galeses que se establecieron en la zona. De esto, hace bien poco, ya entrado el siglo XX. Pagaban una libra esterlina por ona muerto.