«Me gusta la libertad del trabajo pero no siempre es rentable»

El Día
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Álvaro Blanco con doce años echaba de comer al ganado de su abuelo y, una década después, cuenta con 170 reses en un oficio que «no tiene horarios ni conoce días libres»

Álvaro Blanco atiende a sus animales en Munilla. - Foto: Óscar Solorzano

Las raíces de Álvaro Blanco Gil (Arnedillo, 1998) se hunden entre Arnedillo y Larriba pasando por Munilla. Es en esta última localidad donde tiene su explotación ganadera. La historia de este bello municipio se imbrica con las vicisitudes de un oficio atávico. Son malos tiempos para Munilla como lo son también para la ganadería.

Empezó con una docena de reses, bajo el amparo de su difunto abuelo, y cuenta ya con 170 cabezas de vacuno (vacas de obligación, toros limusines y novillas de recría). A medida que crece el volumen de ganado, aumentan las dificultades para cuadrar los números. El sector primario es uno de los más castigados por la inflación y las cuentas no acaban de salir aunque Álvaro tiene la suerte «de que he hecho de mi hobby mi trabajo». No en vano, lo que más le gusta de ser ganadero es la «libertad» del oficio aunque el precio del gasoíl, la subida de los insumos y los precios disparados de cualquier servicio hace que mi profesión «no siempre es rentable».

El camión de paja ha pasado de costar mil euros a valer el triple. El pienso, ídem. «Y conseguir que al final del año te quede un sueldo majo no es fácil», lamenta.

«A los doce años subía en burro a Peroblasco a echar de comer al ganado de mi abuelo», rememora. Cuando acabó los estudios básico, lo tuvo claro. «Podría haber seguido en el negocio de la construcción de mi padre, pero con 18 años decidí hacerme ganadero», agrega. «Rentable, rentable no sé si lo es pero me gusta estar al aire libre, me gustan los animales», sanciona.

Su trabajo no tiene horarios, y eso es un premio y una condena. «Hay días que me levanto a las 7 y otros a las 8. El problema es que en este oficio no se conocen días libres ni vacaciones. Si yo no estoy, alguien tiene que subir al monte», se despide poco antes de atender a sus novillas de cría que, en tres años, darán sus primeros terneros. Hasta entonces toca guarecerse de la tormenta perfecta que tiene los pastos secos y el pienso por las nubes.