Las regulaciones de extranjería impiden la huida desde Ecuador

Mónica Burgos
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La escalada de la violencia ha provocado el decreto de estado de emergencia en el país, y los ecuatorianos afincados en Logroño temen por la vida de los familiares que no han logrado huir

Erik Darwin Erazo, presidente de CISNE, la Asociación de ecuatorianos en La Rioja, junto a otras dos miembros. - Foto: Ingrid

Miedo e impotencia son los sentimientos protagonistas de los ciudadanos ecuatorianos que, aunque lejos de las oleadas de violencia y criminalidad, no olvidan a los familiares y amigos que no han podido escapar del conflicto que atraviesa estos días su país.

Ecuador vive un momento crítico desde que a principios de esta semana se desencadenaran una serie de sucesos violentos en prisiones de todo el país, cuando los soldados irrumpieron en un complejo penitenciario tras alertar de la desaparición de su celda de Adolfo Macías, líder de la banda criminal Los Choneros. 

Fue tras tomar como rehenes a los guardias de la prisión cuando decenas de detenidos escaparon, entre ellos otro prominente líder criminal. En consecuencia, la violencia se propagó rápidamente por ciudades y pueblos, donde las bandas de narcotráfico operan ahora sin control alguno.

Una ola de violencia descontrolada ante la que el presidente de Ecuador, Daniel Noboa, ha respondido con la declaración de un «conflicto armado interno», así como con el decreto de un estado de emergencia de 60 días, la movilización del ejército y la designación de 22 bandas de narcotraficantes como grupos terroristas. 

«Estamos impotentes» expresa Erik Darwin Erazo, presidente de la Asociación CISNE (Comunidad de Inmigrantes Solidarios de Nacionalidad Ecuatoriana) en La Rioja, en nombre de todos los que, aunque afortunados de encontrarse lejos de la pesadilla del país, no pueden evitar pensar en lo que está ocurriendo «tenemos a miles allá, no olvidamos de dónde venimos».

Erik es nativo de Ecuador, concretamente de su capital, Quito, y llegó a Logroño hace más de 20 años, ya un largo tiempo en el que no ha dejado de prestar servicio y trabajar en la asociación de la que ahora es presidente. 

Hace dos meses regresó a Ecuador para buscar a su mujer y a sus dos hijos que todavía permanecían en el país, «ya sabía lo que se iba a venir» confiesa, recordando con dolor cómo él mismo fue testigo de los vestigios de violencia que hace ya meses comenzaban a vislumbrarse en las calles del país. «Esto no ha aparecido ahora, hace ya dos meses lo notaba porque no podía salir a la calle, tenía que ir por sitios específicos» cuenta, y recuerda cómo «antes por lo menos había diferencias por sectores, los del norte eran más seguros, ahora ya da igual, te matan literalmente, te matan porque tienes dinero, te matan porque no tienes dinero... no tienen compasión».

Una situación que le llevó a la desesperación por sacar a su familia del país, aunque los difíciles procesos burocráticos de las regulaciones de extranjería ponían trabas y alargaban la agonía. «Yo tengo la doble nacionalidad y mis dos hijos pequeños también, y aún así tuve muchos problemas para poder traer a mi mujer». Unas regulaciones que dificultan la huida desde Ecuador «venir a España es muy difícil, las restricciones son enormes, hay que cumplir muchos requisitos».

Él lo sabe bien, y es que a pesar de haber logrado traer a parte de su familia consigo hasta la capital riojana, su hija mayor de 18 años todavía permanece en el país. «Está muy asustada, no para de decirme 'papá haz lo que puedas para sacarme de aquí, no aguanto más', pero la ley lo entorpece» cuenta, y angustiado destaca que a pesar de sus años de trabajo en La Rioja «ahora no puedo traer a mi hija».

Y no es solo ella, allí todavía permanecen sus padres, abuelos, tíos, sobrinos... familiares y amigos que viven entre olas de violencia que no cesan «ellos tienen mucho miedo, y nosotros también, y mucha impotencia».

Ahora en La Rioja. Son pocas las familias ecuatorianas que han logrado llegar a Logroño en su huída y es que, destaca, «salir de Ecuador a España es muy complicado». 

 Erik y su familia lo consiguieron hace ya dos meses, y a pesar de la angustia que viven día a día por aquellos que han dejado atrás, ahora tienen un motivo por el que respirar un poco más tranquilos, «los niños han tenido buena acogida, ya están en la escuela y son felices porque pueden ir al parque y divertirse». Sin embargo, señala, «mi mujer está perdida» y es que no puede olvidar que «dejó todo ahí».