2002. Un palíndromo casi irrepetible

Carlos Dávila
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Doce cifras enigmáticas: 20:02.20.02.2002.

2002. Un palíndromo casi irrepetible

Verán: como en España, también en el mundo, que en esto tampoco somos tan dispares, hay gente para todo. Resulta que al llegar a este año que recordamos, se nos desveló (a algunos se nos quedó la boca abierta) que aquel 2002 sólo tenía un antecedente histórico, el de 475 años antes y que sólo tendría, un consecuente también histórico: el que empezaría 110 años después, 89 ahora. Vamos a dejarnos de jeroglíficos: resulta que a las 20 horas y dos minutos del 20 de febrero de 2002 se estableció un palíndromo, o sea una palabra, o unas cifras que pueden leerse al revés y al derecho. Como ocurrió con otros números naturalmente. En el 646 y como sucederá irremediablemente en el 2112. Cosa que no nos debe preocupar porque el cronista cree que no será cosa nuestra. El fenómeno -no se si llamarle aritmético- se conoce como 'homodinea coincidente' y de ella sacaron en su momento ciertos expertos, más diletantes que certeros, esta sonada. Conclusión: un año así, tan raro, no pasa especialmente desapercibido.

Y a fe que acertaron, aunque sólo fuera por casualidad. Resulta que, apenas comenzado el curso cronológico, el presidente norteamericano Georges Bush Jr. tomó una decisión trascendente para el futuro: declarar a Irak, Irán y Corea del Norte, miembros, por méritos propios, de un invento geopolítico que bautizaron en USA como El eje del mal. Aquella acción tuvo posteriores consecuencias muy notables, las cuales todavía siguen en vigor: no hay noticia de que Irán haya renunciado a exportar terroristas y a amenazar atómicamente. El derrocamiento de Sadam Husein no ha producido efectos beneficiosos, y en cuanto a Corea del Norte, allí el gordinflón Kim Jong-un sigue apuntándonos de vez en vez con sus misiles que pueden terminar con la vida en la Tierra. A la doctrina Bush Jr. se apuntó entusiásticamente el presidente español, José María Aznar que ya había compuesto con el yanqui y el premier británico Tony Blair otro trío que ha pasado a la Historia reciente del mundo como el de La foto de las Azores. 

 Y casi al tiempo del anuncio del presidente nortemericano, Aznar sorprendió más a los extraños que a los propios con una advertencia: «Ya no me presentaré más». El Congreso del PP en el que lo dijo se quedó petrificado y el PSOE, su íntimo enemigo político, empezó a preparar al contricante. Duró ese trayecto hasta octubre, cuando José Luís Rodriguez Zapatero fue elegido en un Comité Federal ciertamente pastueño, candidato a la Moncloa. Nadie confiaba en él, nadie predecía entonces su victoria, pero dos años después, inusitadamente, se produjo. Pero esa es harina de dentro de dos años.

 En el que relatamos, ciertamente comenzó el declive de Aznar y consecuentemente de su partido y, como suele suceder en estas ocasiones, por un acontecimiento que en principio nada tenía que ver con una buena o mala gobernación. Y es que en diciembre, y frente a las costas gallegas del Cabo Finesterre se hundió un gran petrolero, el Prestige, nada menos que con 77.006 toneladas que se colocaron sobre la mar y viajaron hasta las mismas playas del oeste galaico. La oposición, primero en la propia Galicia y después en toda España, creyeron con acierto encontrar, nunca mejor dicho, una vía de agua en la hasta entonces roqueña Administración popular, y organizó un estruendoso tinglado de protestas en el que, según apareció, fue el propio Aznar el que llevó el barco hasta las profundidades marinas. Allí nacieron las izquierdistas Mareas, el antecedente político inmediato de todo lo que hoy es la siniestra de nuestro país. El eslógan afortunado del Nunca Mais hizo temblar al Gobierno, que desde entonces no recobró el pulso que se había ganado con su mayoría absoluta. 

 Y es que las grietas en España se abrían también por doquier. Por ejemplo en el País Vasco, en el que un iluminado lehendakari, Juan José Ibarreche, un ciclista diábetico sin control, decidió desafiar al Estado y se presentó en el Parlamento de la nación española con un documento bajo el brazo que rezaba así: «Declaración de Euskal-Herría como Estado Ibre Asociado». ¡Hale, al estilo Puerto Rico! Los parlamentarios de Madrid le tomaron, como al Piyayo de José Carlos de Luna, a chufla y el tipo se subió sin nada al velocípedo de regreso a Vitoria. Fuese, y como en las lecciones antiguas, «no hubo nada». ¿O sí? que diría Rajoy?. Lo hubo: los parlamentarios vascos avisaron que no pensaban renunciar a sus propósitos separatistas, y no lo han hecho: hoy ya ni siquiera se conforman con el eufemismo de Ibarreche, apuestan directamente por la independencia, con el concurso -y no es mala ayuda- del presidente del Gobierno Español, Pedro Sánchez Castejón. Por cierto: en la misma época se aprobó una Ley de Partidos, PP y PSOE al unísono, que terminó mandando a las tinieblas exteriores de la legalización a la rama política de ETA, Batasuna. La Ley se ha quedado, como se constata, en papel mojado.

 Eran tiempos domésticamente convulsos en los que España, sin embargo, abría definitivamente las fronteras con su veterana ambición europea, y es que aquel año se culminó el adiós a nuestra entrañable y viejuna peseta y nacía entre nosotros, como también en otros 11 Estados de la Unión, el Euro. La divisa que rápidamente convirtió nuestros precios en una antigualla absolutamente superada. El Banco de España retrató la citada peseta como una pieza prescindible de curso no legal y empezamos, los más aplicados, a «pensar en euros», pero sin demasiado entusiasmo porque, como entonces asumió un personaje que luego fue comisario europeo, Miguel Arias Cañete: «Cada vez que hacemos las cuentas de pesetas a euros se nos corta la digestión». No estaba mal visto aquel símil.

 Que, por lo demás, también pudo aplicarse a un episodio entre heroico y ridículo: la invasión de un islote de utilidad descriptible, Perejil, por parte del Reino de Marruecos. Rápidamente se movilizó la conciencia nacional a lomos de la solemne declaración del ministro de Defensa, Federico Trillo («Al amanecer y con viento de Levante…») y un pelotón español desalojó sin disparar un solo tiro a los intrusos gendarmes del Rey Moro que aún deben estar preguntándose qué hacían ellos en aquella refriega. ¿Fue el embrión, por venganza, de los atentados de Atocha? Lo dejamos ahí. 

La operación recibió un nombre rimbombante: Romeo-Sierra y sirvió para que nuestros amigos USA llamaran nuestra atención y comunicaran al colega hispano y al Rey Aluita: «Que no queremos incidentes en el flanco sur de Europa y en el Norte de África». Textualmente. Así que la ministra de Exteriores, Ana de Palacio, se dedicó sufridamente a recomponer relaciones con los «hermanos árabes». Propósito que nunca parece haberse conseguido en su totalidad.

 Y mientras, en los Países Bajos, antes Holanda, se legalizaba la eutanasia. Fue el Primer Estado en el mundo que lo hacía. En España, la Clínica de Navarra trabajaba en sentido contrario y lograba el histórico implante de células madre para regenerar el corazón de un infartado. De ello se hubiera alegrado, si hubiera vivido, el promotor de esa Clínica, el hoy santo Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás, que fue en aquel octubre canonizado por la vía rápida. El cuarto turno se dijo festivamente por el propio ya renqueante Papa Juan Pablo II.

Y aquí, finalmente en la capital de España, se moría nuestro Premio Nobel de Literatura 1989 y Premio Cervantes 1995 más despreciado por la oficialidad socialista, Camilo José Cela. En su segundo libro de Memorias me dejó escrito el siguiente epitafio para consumo de sus censores: «Aún creen que su estupidez me molesta, pero no tengo tiempo para ellos».