Los niveles de infantilización alcanzados por el barriobajero pulso entre Moncloa y Puerta del Sol, sede de los Gobiernos central y autonómico, han alcanzado el punto de mérito para figurar en la reeditable obra de mi amigo Miguel Platón "¡Qué políticos tan divertidos!". El libro tiene unos añitos, pero nos ilustra sobre lo poco que algunos políticos han cambiado en el desempeño del oficio desde la transición hasta nuestros días.
Es la comidilla de la villa y corte. Bolaños contra Ayuso y Ayuso contra Bolaños. El ministro de la Presidencia, como enviado especial de Sánchez a los actos del Dos de Mayo. Y la presidenta de la Comunidad, en el papel de contrafigura de Sánchez en aplicación de su real gana. Pero no eligió bien la jornada, justamente el Día de la Comunidad, al colocar en su discurso el consabido canto a la hospitalidad de Madrid y los madrileños. "Aquí no hay charnegos, maquetos ni forasteros", dijo para clavetear la idea de una ciudad libre, tolerante y abierta al mestizaje.
Insisto: no fue el mejor momento para poner a la capital de España como ejemplo de hospitalidad. Dicho sea, por el comentadísimo y muy televisado veto que la jefa del protocolo de la Comunidad, Alejandra Blázquez, al ministro de la Presidencia, cuando Félix Bolaños quiso subir a la tribuna de autoridades montada en la Puerta del Sol para presenciar el desfile militar.
Fue entonces cuando a este se le torció el gesto y, sin esforzarse por resistir la tentación de entrar al trapo, se hizo el encontradizo con los periodistas. Y, casi sepultado por un enjambre de cámaras y dispositivos móviles, arremetió contra los "odiadores" y los "crispadores" que, según él, han confiscado la Comunidad de Madrid.
Es lamentable que un episodio menor se convierta en incidente protocolario grave y prueba visible de un conflicto institucional más allá de todo razonamiento. Nada que no hubiera podido solventar con buena fe y sentido común. Pero ni de lo uno ni de lo otro se despacha en este absurdo pulso entre Sánchez y Ayuso que, a pesar de las apariencias, no está tan secundado como se cree en las filas del uno y de la otra.
Los asistentes al evento pudimos comprobar la cara de circunstancias del líder del PP, Núñez Feijóo, y de la propia ministra de Defensa, Margarita Robles. De ninguno de los dos salió nada alusivo al culebrón. Ambos se distanciaron de la bronca y supieron estar en su sitio. Buena noticia, porque eso tiene a minimizar el riesgo de que se generalicen estos brotes de infantilización de la vida política.
En todo caso, si alguien salió perdiendo en el bochornoso episodio del Dos de mayo fueron los galardonados, entre los que estaban los niños ucranianos que pidieron ayuda para "parar la guerra". Su grito se perdió en la polvareda de este vodevil que, en el mejor de los casos, debería quedarse entre los límites de la sonrisa y la carcajada.