Los últimos mimbres

Bruno Calleja Escalona
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La jubilación le llega a otro negocio centenario. La Casa del Corcho, un clásico de la cestería y los regalos, acaba de cerrar tras más de un siglo de historia en la Plaza del Mercado

Dos mujeres posan en la entrada al primigenio establecimiento, en una estampa de 1904. - Foto: El Día

En la capital de una región que respira cultura vinícola por sus cuatro costados no extraña un rótulo con el nombre tan inequívoco como el de La Casa del Corcho. Pero los tiempos cambian, el comercio se transforma y  no todos los negocios de larga trayectoria encuentran relevo. Uno de los pocos centenarios logroñeses, La Casa del Corcho, acaba de cerrar sus puertas por la jubilación de sus dueños, aunque tras de sí queda una dilatada historia de actividad comercial en un establecimiento en el que la venta de corchos aportaba el nombre, pero que ha suministrado a la clientela un variado catálogo de productos, además de los indispensables tapones para los reputados vinos de Rioja.

Y si ya el local rezuma casticismo en su escaparate de madera, el emplazamiento en la Plaza del Mercado habla también de vocación comercial y de zona de trasiego de mercancías. Este espacio, a los pies de la concatedral, ocupa el epicentro de la vieja ciudad, y de la plaza hay ya referencias en 1573 como escenario de fiestas y ferias. Además, en una de sus partes se alzó el Palacio del Obispo, derribado en el siglo XIX, cuando se rediseñó el entorno. En 1845 llegarán los portalillos, firmados por Martín Antonio de Jáuregui y, poco después Maximiano Hijón realizará un boceto, como trabajo académico, de un ayuntamiento y de una plaza mayor, construidos sobre aquellos portales.

En uno de estos bajos, en la esquina entre Mercaderes y la Plaza del Mercado, surgía a finales del siglo XIX una cestería, sombrerería y tienda de mimbre, que será La Casa del Corcho. Poco a poco, su popularidad fue aumentando lo que le convirtió en un lugar al que acudían a comprar mobiliario muchas personas llegados desde los pueblos. La importancia creciente de la tienda la convirtió en referencia para la ciudad. En 1981, el local que, además de sus tradicionales productos fue incluyendo antigüedades y objetos de decoración, llegó a manos de sus propietarios actuales, que, unos años después, se mudaron a los portalillos, manteniendo su estética y peculiar imagen de tienda de artesanía.  Ahora se jubilan, aunque el establecimiento deja la estela de más de 100 años de historia comercial. 

Junto al día a día, la tienda era un atractivo más del mercadillo dominical, pues, además de abrir ese día, sacaba unas mesas con muestras de sus productos, invitando a curiosos y paseantes a adentrarse en este histórico comercio.