De campo a campus

Bruno Calleja Escalona
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Dos de los edificios principales de la UR se asientan sobre el viejo campo de Vista Alegre, donde jugaba, entre otros, La Unión, primer equipo que impulsó el fútbol femenino

Partido de fútbol en el antiguo campo de La Unión, en un solar que hoy ocupan el Rectorado y el edificio Quintiliano de la UR. - Foto: Mi Logroño de cristal

El espacio en el que confluyen la avenida de la Paz y la calle Luis de Ulloa es transitado a diario por centenares de universitarios que acuden a clase al edificio Quintiliano o a realizar gestiones en el Rectorado de la Universidad de La Rioja. Un enclave que antes de existir el campus riojano también tenía un uso predominantemente juvenil, porque allí estaba el campo de fútbol de Vista Alegre, uno de los más señeros de Logroño. Allí jugaba La Unión, uno de los primeros clubes que tuvo equipo femenino en la ciudad.

El entorno que hoy ocupa el barrio de Ballesteros fue, hasta el siglo XX, una zona periférica a caballo entre el camino de Madre de Dios y la carretera de Zaragoza, en el término de Valdelanas, atravesado por el río Calaveras. El desarrollo urbano se inició en los años 20, cuando se levantan construcciones importantes, como el seminario. Concluida la Guerra Civil, esos terrenos acogen el Plan Social, que propicia la creación de la parroquia de San José y de las barriadas de Ballesteros, que dieron lugar al barrio homónimo. 

En poco tiempo, el nuevo barrio fue tomando cuerpo y en uno de sus rincones se habilitó el campo de fútbol de Vista Alegre, que servía de terreno de juego para varios equipos, entre ellos La Unión. El equipo de La Unión  tuvo su punto álgido a finales de los 60. En 1968, Francisco Sáinz de Cenzano se convirtió en su entrenador, nombrado por la Federación Navarra de Fútbol, a la que pertenecía el equipo al no existir tal institución federativa en La Rioja. En aquella época, La Unión era uno de los pocos clubes en los que se permitía jugar a chicas en partidos amistosos, los cuales acogían a numeroso público y generaban gran expectación entre los contrincantes. Por presenciar los partidos no se cobraba entrada, pero se pedían donaciones voluntarias para sufragar los gastos del equipo.

El campo de fútbol era una explanada asfaltada, con dos porterías metálicas y sin gradas, por lo que el público presenciaba los encuentros de pie. Aquel terreno de juego fue bendecido en 1968 por el párroco Longinos Solana. Durante los años posteriores, convertido en punto de encuentro para el barrio, allí jugaban, además de La Unión, que era el referente, otros equipos, como el San Mateo o el del barrio de Yagüe. Su ocaso llegó con la construcción, en los años 90 del edificio Quintiliano, que fue inaugurado en 1994.