Atrás queda todo

M. A. G-S.
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Quince refugiados abandonan Ucrania rumbo a Logroño aunque solo cinco echarán raíces en la capital riojana

Jana, con su suegra Tatiana y su hijo Timur en el centro de refugiados de Przemysl. - Foto: M. Á. G S.

 

Atrás queda Przemysl, Cracovia o Wroclaw y, en la lontananza, Ivano-Frankivsk, Dnipro o Járkov, donde los cuarenta refugiados que huyen de la invasión rusa gracias a Un Viaje para la Esperanza tienen sus raíces. En realidad, atrás queda todo.

 

De los quince desplazados que han puesto rumbo a La Rioja, solo cinco se quedarán de forma provisional en Logroño. El resto se dispersarán por toda la geografía al abrigo de sus familiares instalados desde hace tiempo en España.

Para aquí se vienen Jana, su hijo Timur y Tatiana. Es su suegra y se quita años. Entre bromas asegura tener 35, aunque no aparenta más de cuarenta. Jana se despidió de Kiev el sábado, rumbo a Leópolis. Tardó cinco horas y transitó por cinco ciudades más para llegar a la capital de la antigua Galitzia. Pasó la frontera por Kravovets y, desde entonces, ha aguardado en Radymno la llegada del bus solidario. Costó superar su desconfianza pero, gracias a la ayuda de Denis, el traductor, se sienten seguras.

Jana confía en que su madre, que trabajó en Granollers, le acompañe en cuestión de semanas. Habla con soltura el castellano. Este será su cuarto viaje a España, el más improvisado de todos. Estudió Filología Hispánica en la Universidad y ahora, sin saberlo, llega casi de bruces a la cuna del castellano. Su marido ni quiso ni pudo salir de Ucrania. Se quedó de voluntario en Chernivtsi, en la frontera con Rumanía, un territorio (Bukovina) que en el último siglo ha pasado por tantas manos como ahora los millones de desplazados ucranianos. De Chernivtsi era Paul Celan, el autor de Fuga de la Muerte, el poema por excelencia de la barbarie nazi. La épica de esta invasión está aún por escribir.

Las últimas en llegar son Oksana y Sofía, están aturdidas y, literalmente, no saben dónde ir. Son de Donetsk. Aquí, desgraciadamente, empezó todo. Su horror se vive en años y no en semanas. Oksana es morena pero Sofía es rubia como el pan candeal. Tiene 14 años y, quizás, pronto olvide todo lo que deja atrás. Sólo quizás.

Anatoli y Valentina tienen más pasado que futuro por delante. Les acompaña Svetlana, una de sus hijas. En la noche del domingo llegaron al Centro de Refugiados de Przemysl tras abandonas Zaporiya, una ciudad de lo más anónima, y anodina, hasta que a Putin le dio por disparar la alarma nuclear. 

Anatoli, 75 años, y Valentina, de 73, pertenecen a la especie homus sovieticus. Él nació en Zaporiya población que, pese a ser impedido, dejó a la carrera. Su mujer nació en la otra punta del imperio soviético, en Petropavlosvsk-Kamchatski, una península a más de seis husos horarios de Moscú. Es rusa, pero no hay ni una pizca de orgullo en su afirmación. Sus ojos son tristes aunque su boca está perlada de oro.

Su hija, Svetlana, dejó en Líbano a su marido y sus dos hijos. No sabe cuándo les podrá ver ni cuánto tiempo se quedará en nuestro país. Su hermana vive en Madrid, aunque desconoce si podrán instalarse en su exiguo apartamento. A la pregunta si volverá a Ucrania pronto responde "I hope" ("Eso espero"). El cuándo es imposible de aventurar porque "es muy fácil empezar una guerra". "Lo difícil es pararla", se despide emocionada. 

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