Tiempos de libros y sotanas

Bruno Calleja Escalona
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Acoge distintos usos religiosos, pero la crisis de vocaciones ha diezmado su actividad sacerdotal. El Seminario tuvo su antepasado en El Espolón y durante la Guerra Civil fue hospital de legionarios

Tres seminaristas contemplan las edificaciones del Seminario de Logroño, totalmente rodeado de terrenos y fincas con frutales. - Foto: Archivo Histórico Diocesano

El recinto del seminario de Logroño no pasa inadvertido ni por la extensión de terreno que lo circunda ni por el empaque de algunas de sus edificaciones. Desde que en 1929 se asentó en su actual ubicación, entre las avenidas de la Paz y Lobete, la calle Obispo Fidel García y el barrio de Los Lirios, acoge, además del Seminario, el Archivo Diocesano y una casa de convivencias.

Los seminarios como escuelas sacerdotales son fruto del Concilio de Trento, en 1563. El obispo Juan de Quiñones, que asistió a aquel cónclave, propuso construir uno en tierras riojanas en 1568. Sin embargo, ni él ni sus sucesores tuvieron éxito. El primer seminario de Logroño ocupó la fachada norte del Espolón, en lo que había sido un colegio Jesuita, transformado en 1776 para la formación de sacerdotes merced a un decreto del rey Carlos III para promover este tipo de instituciones. 

El Seminario del Salvador abrió el 15 de octubre de aquel año. Hasta 1934 formó a muchos alumnos, algunos destacados como Valentín de Berriochoa, que ingresó en 1845, o José María Escrivá de Balaguer, que pasó por sus aulas en la primera década del siglo XX.

En 1928 comenzaron las obras del nuevo edificio en el término de Valderuga. El proyecto fue liderado por el obispo Fidel García y el diseño corrió a cargo de Ricardo Bastida. La primera piedra se colocó el 25 de abril. El nuevo complejo eclesiástico acogería los seminarios Mayor y Menor, patios, jardines y una capilla. Se diseñó de forma que, ante una prolongación hipotética de Duquesa de la Victoria, no entorpeciese las obras.

A la inauguración acudió el nuncio papal Tedeschini, que llegó a la ciudad en tren y visitó distintos lugares, entre ellos La Redonda. La acogida fue por todo lo alto, con bandas militares y mucho público, además de las autoridades civiles. Al día siguiente se realizó la primera misa en la nueva capilla, decorada por Aurelio Arteta, y que se convirtió en una de las obras más destacadas de este artista. 

En la Guerra Civil, el edificio se reconvirtió en hospital de legionarios. A partir de 1940 recuperó su función seminarista. Tras el final de la guerra, el número de seminaristas aumentó de forma considerable, por lo que el edificio se amplió con un cuerpo más en la parte trasera. Hoy, la situación es totalmente distinta y el complejo, a caballo entre el barrio de Los Lirios y la avenida de la Paz, presta espacio a distintos usos de la Diócesis, pero la crisis de vocaciones ha hecho mella, como en otros seminarios.