Mañana, la Princesa de Asturias jurará la Constitución en el palacio de la Carrera de San Jerónimo, sede de las Cortes. Lo hace el mismo día que cumple 18 años, su mayoría de edad, como hizo su padre en enero del 86 con el mismo protocolo. Tras la Jura, se desplazará al Palacio Real donde el Rey Felipe le impondrá la condecoración de Carlos III, ya que Leonor cuenta con el Toisón de Oro. Dos actos institucionales del máximo nivel que exige la presencia de las máximas autoridades del Estado y los correspondientes honores civiles y militares.
Se complementarán con una reunión estrictamente familiar, no exenta de polémica pues las relaciones familiares no son precisamente fluidas. El Rey Juan Carlos reside -contra su voluntad- en Abu Dabi, desde donde realizará un viaje relámpago a Madrid, y en los días previos ha hecho saber su malestar por no haber recibido autorización para asistir a la Jura de la Bandera de su nieta en la Academia Militar General de Zaragoza. Se ha filtrado que tampoco obtuvo aprobación para pernoctar en La Zarzuela tras la celebración familiar, aunque no se descarta que finalmente pueda hacerlo en consideración a su edad. A pesar de residir ahora en los Emiratos sigue considerando su domicilio el Palacio de la Zarzuela, en el que ha residido desde su matrimonio y donde guarda todavía la mayor parte de sus recuerdos y pertenencias.
El acto de Jura de la Carta Magna de un príncipe o una princesa heredera representa su mayoría de edad, y momento en el que pueden asumir las responsabilidades plenas que recogen las constituciones las monarquías parlamentarias.
En esta línea, los dirigentes de la izquierda de la Transición que pertenecían a partidos históricamente republicanos, apostaron por esta fórmula y respetaron a Juan Carlos I, y al Rey Felipe, como reconocimiento al papel que hizo el Emérito en la democratización de España tras la dictadura. Por su parte, los dirigentes actuales de izquierdas, fruto del equilibrio político y social logrado durante casi 50 años de Monarquía, siguen aferrados, en cambio, a un concepto republicano muy simple, que estos días previos a la Jura de la Princesa Leonor ya no resiste en un análisis mínimamente riguroso: no es aceptable que el Gobierno sea una cuestión de herencia, al margen de la voluntad de los ciudadanos.
En primer lugar hay que diferenciar entre Jefe de Estado y Jefe de Gobierno. En las monarquías parlamentarias las atribuciones del Jefe del Estado, Rey o Reina, son muy limitadas, y están obligados a asumir las decisiones del Ejecutivo avaladas por la mayoría del Parlamento. Su papel es institucional, no ejecutivo. Si se quiere hurgar en la incongruencia de la herencia, algunos políticos que solo ven aspectos positivos en las repúblicas, sin embargo aceptan que estos regímenes con los que mantienen excelentes relaciones los gobiernos pasen de padres a hijos, o entre esposos. No hace falta poner ejemplos, porque son muchos... y muy señalados.
Boicot
Respeto máximo para quienes son contrarios a la Monarquía, pero no es aceptable que los dirigentes de los partidos políticos con representación parlamentaria, y mucho menos los que forman parte del Ejecutivo y están por tanto más obligados que los restantes ciudadanos a asumir y defender lo que recoge la Constitución, hagan profesión de fe de su rebeldía constitucional negándose a aceptar sus preceptos.
La decisión de no acudir a actos tan relevantes como los que celebran la mayoría de edad de la Heredera es impropio de quienes se sientan en el Gobierno central y en los regionales y, como recoge la Carta Magna, forman parte de sus instituciones cumpliendo los requisitos para formar parte de ellas.
Mañana habrá ministros ausentes en el Hemiciclo. Los de Podemos insisten en las posiciones que mantienen. Ha sido necesario que desde Moncloa y desde Ferraz se haya hecho un llamamiento a los miembros del Ejecutivo y a los parlamentarios para que acudan a los actos del juramento. Se han sumado al boicot los partidos independentistas y nacionalistas, que son los que forman parte del bloque de apoyo al Gabinete de Sánchez. Con la sorpresa de última hora de que también se suma al grupo de bajas el PNV, un colectivo político conservador, convencional, respetuoso siempre con las formas y que ha mantenido un comportamiento respetuoso y leal con Don Juan Carlos y Don Felipe, muy activos en la promoción de todo lo vasco.
Ahora marcan distancias con un argumento ridículo: que Felipe todavía no ha acudido a la Casa de Juntas de Guernica. Nunca se ha negado a ir, ni ha dicho que no iría. A nadie se le escapa que la decisión del PNV está directamente relacionada con el temor a que Bildu, abiertamente antimonárquico, y formación al que se da por ganadora de las elecciones vascas del 2024, podría sacar ventaja en el voto joven y nostálgico de ETA y contrario a la Monarquía.
La futura Heredera no ha dado la menor señal de que es sensible a los gestos de rechazo a su persona y a la Monarquía. Como hace su padre, el Rey Felipe, actúa con naturalidad en cada ocasión en la que se presenta en público o debe pronunciar unas palabras. Hace una semana, en el acto de entrega de los Premios de la Fundación Princesa de Asturias, dijo al referirse a su jura que «soy consciente de cuál es mi deber y lo que implican mis responsabilidades».
Su formación es excepcional, precisamente porque desde que nació está siendo preparada para asumir las más altas responsabilidades.
Tanto para ingresar en el UWC Atlantic College como para las academias militares, ha debido pasar las exigencias necesarias en las que es difícil recibir trato de favor porque se trata de pruebas, físicas en su mayor parte, en las que no se acepta a quienes no logran las metas marcadas, no valen las interpretaciones subjetivas. De hecho, desde que finalizó su estancia en Gales hasta que inició el curso en Zaragoza, la Princesa recibió una preparación exhaustiva durante el verano, con un militar, para que alcanzara los objetivos de obligado cumplimiento.
Mañana inicia la Princesa una nueva etapa en su vida institucional. Habrá ausencias en su jura, pero su compromiso con España no se debilitará por esas faltas ni tampoco por los retos que se le presenten. Tanto su padre como el Rey Juan Carlos I han atravesado momentos duros de soportar, pero no cedieron en sus principios ni en el cumplimiento de sus responsabilidades.