El alto precio de tener SIBO

A. González (EFE)
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Los pacientes con sobrecrecimiento bacteriano intestinal denuncian la incompleta cobertura sanitaria de una alteración que le acaba saliendo muy cara al paciente

El alto precio de tener SIBO

Elena ya no se siente un «bicho raro» cuando dice que tiene SIBO porque todo el mundo habla de ello, pero el camino hasta aquí ha sido duro. Tras una dieta muy restrictiva ahora pesa 10 kilos menos, pero también tiene muchos euros menos en el bolsillo. «Serían necesarias ayudas», reclama.

Asociar sus síntomas a un sobrecrecimiento bacteriano intestinal (SIBO, por sus siglas en inglés) habría sido imposible sin un profesional experto en microbiota, que «en su mayoría se encuentran en la sanidad privada porque la pública ni te trata, ni te manda las pruebas y te lo diagnostica como intestino irritable, depresión o fibromialgia sin profundizar en la base», denuncia esta paciente de 53 años.

Ella comenzó con una sintomatología diferente a la que suele ser más habitual: «En principio no eran los típicos problemas digestivos. Empecé con exageradas reacciones alérgicas, la primera a una picadura de un insecto el verano pasado, más tarde a una de avispa, después a un desparasitador para el perro...», relata.

Lo cual le llevó a consultar a una alergóloga que, «intrigada por los resultados de los análisis que dieron histamina muy alta y déficit de la enzima Diamino Oxidasa (DAO)», le mandó unas pruebas.

«Tuve suerte porque esta doctora conocía bien el tema y al confirmar algunos síntomas más, se puso en alerta y lo identificó más o menos pronto», con lo que en febrero pasado ya pudo empezar el tratamiento.

Primero fue una dieta baja en histamina, en mayo añadió un tratamiento de dos antibióticos específicos -rifaximina y metronidazol combinados 14 días-, y después tres meses de herbáceos indicados para la disbiosis intestinal.

Entonces la dieta ya era la Fodmap (de las siglas en inglés Fermentable, Oligosaccharides, Disaccharides, Monosaccharides y Polyolsbaja, es decir, baja en carbohidratos fermentables). Como también resultó intolerante a la fructosa, su alimentación se vio muy limitada.

«Ha sido un recorrido duro, ya que es una dieta a largo plazo y entre unas pruebas y otras al final he estado seis meses con muchas limitaciones alimentarias, por lo que he perdido cerca de 10 kilos», explica esta paciente.

Además, en este tiempo se ha sentido «bastante perdida». «Cuando empecé no se oía tanto y era una cosa extraña y rara, ahora ya en todos los medios se ha hablado de ello y ya no te miran como un bicho raro», celebra.

Después de este medio año de dieta y tratamiento, tiene que descansar un mes y repetirse las pruebas unas semanas después. Poco a poco ha ido introduciendo algunos alimentos y «parece» que va aceptándolos, aunque tiene «algunos dolores de cabeza» y estreñimiento, una alteración de la que también está mejorando.

Un importante bache

Aunque las cosas estén mejorando ahora, en el camino se ha dejado, también, unaimportante cantidad de dinero.

«Los antibióticos son lo de menos: los suplementos alimenticios para contrarrestar las carencias de la dieta tienen altos precios», sin olvidar las visitas a un nutricionista especializado en microbiota y en disbiosis intestinal. Calcula así cerca de 1.000 euros en suplementos, más una enzima que tendrá que tomar toda su vida y que le cuesta mensualmente 50 euros.

«Además de la falta de asistencia en la sanidad pública, sería necesaria una ayuda económica no solo para costear los suplementos y las consultas del nutricionista», porque encima los alimentos que pueden tomar personas como ella «deben ser en general ecológicos, frescos, de cercanía y de proximidad, biológicos, sin aditivos. Y eso eleva enormemente la cesta de la compra», concluye.