Las ruedas de mi bólido atravesaban rodando feroces las autopistas de Francia a fin de volver a mi patria para impartir mis enseñanzas. Tal vez dentro de poco escribir esto así podría estar prohibido, ya que la velocidad empieza a considerarse inmoral e indecente entre muchas mentes; tal vez lo consideren criminal o demente, aunque la recta autopista deje vacío el frente, animando a acelerarse. La radio hablaba de un extraño suceso acaecido en Galia. El presidente, Emmanuel Macron, había anunciado la subida de los sueldos para los profesores, suculenta alza, pero protestaban. No había sustitutos; ser profesor hoy en enseñanza primaria o media se ha convertido en una traumática profesión, porque los sistemas educativos occidentales en buena parte se han ido desintegrando. Cada vez más medios, pero los alumnos cada vez más necios y maleducados. Cada vez más pedagogía, más controles, más informes, y menos profesores ilusionados. Muchos de baja, deprimidos, extenuados, hartos. No por enseñar, ni por seguir aprendiendo, sino por tener las manos atadas, por un retroceso cada vez más acusado en la libertad de cátedra, que va menguando, ante las exigencias de ministerios y dicasterios, exigiendo programaciones, evaluaciones a su modo, mil y un ejercicios burocráticos que lastran la ilusión por enseñar, haciendo cada vez más rígido un sistema que antes se basaba en un natural: cada maestrillo tiene su librillo.
El aumento de sueldo que el presidente de la república otorgaba, suculento, iba compensado con un aumento de las obligaciones de los docentes, pues deberían sustituir las plazas vacantes, trabajar más, aunque no se les vea ni se les considere. Tendrían también que velar por los atuendos de los muchachos para que no vistan con la túnica típica que llevan los musulmanes. Primero se prohibieron velos, ahora otras prendas. La liberté, égalité et fraternité, hace tiempo que fue deshaciéndose.
Amparándose en un laicismo beligerante, nadie puede llevar en los centros de enseñanza prendas religiosas ostentosas. Esta intromisión gubernamental en lo privado se explica por el auge beligerante del islamismo en muchos países y especialmente en Francia. La reciente muerte del joven Nahel por disparos policiales y su interpretación causó revueltas durante tres semanas, destrucción de muchos comercios y automóviles, el derrumbe de la economía en algo semejante a una revolución: 3.500 quinientos detenidos. Es el enojo de una tercera generación, nietos de inmigrantes, que no se sienten iguales y viven en los alrededores de las grandes ciudades, marginándose: el gran fracaso multicultural, sin integración. Francia, y con ella Occidente, sufre cómo el lema de la igualdad, ante la economía global, es un hermoso ideal pero una gran falsedad; cómo la fraternidad se deshace por las injusticias que se suceden, y la libertad va reduciéndose, cada vez más, en muchos frentes. Lector que hasta esta línea llegaste, estas palabras impertinentes todavía pueden publicarse.