El hombre que colocó a Cuzcurrita en el mapa

Ana Torrecillas
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Bodega Guillermo sirvió de reclamó turístico para un municipo que se ha convertido en un destino rural de calidad en La Rioja

La bodega también fue precintada por la Guardia Civil - Foto: Ingrid

La vida cotidiana de un pueblo  como Cuzcurrita no se entendía sin Bodega Guillermo, un restaurante de comida tradicional riojana, famoso por sus caparrones, sus chuletillas y por su café de puchero. La historia deCuzcurrita va ligada al descubrimiento gastronómico de lo que al principio fue un humilde restaurante donde degustar los platos pertenecientes a la cocina riojana más tradicional. Pura esencia del fogón y del producto bien cuidado cuando esto era mucho más que marketing culinario. Ahora Cuzcurrita de Río Tirón acoge a más de mil almas cada verano y puentes festivos. Son los descendientes de los que se fueron  y los que llegaron al albur de un pueblo con encanto, de casas con blasones y adosados que son segundas residencias. Nada de esto podría haber sido sin Guillermo Castillo.

Nacido en el seno de una  familia humilde de la localidad, Guillermo era lo que se dice, un hombre hecho a si mismo. «Muy trabajador»,  señala Antonia, una de las voces vivas más respetadas de la localidad. Todo la historia de Cuzcurrita cabe en una mente rápida y repleta de recuerdos.  Ella misma también se dedicó a la hostelería y a sus 77 años regenta los apartamientos turísticos, Casa Antonia de Cuzcurrita. 
«Éramos casi quintos. Guillermo ha trabajado toda la vida. Antes de tener el restaurante, estuvo vendiendo helados por los pueblos». Pero hace más de 30 años, la vida nómada de Castillo recaló en una pequeña bodega de la travesía de Cuzcurrita donde abrió las puertas el restaurante que llevaría su hombre hasta el día de hoy. Y eso fue el principio de todo. «A Cuzcurrita se le conoce por Bodega Guillermo, el restaurante puso a este pueblo en el mapa. Venían autobuses de otras partes de España a comer aquí, especialmente del País Vasco, donde Guillermo era muy conocido», señalan algunos testigos.

«Eran un hombre muy dicharachero, le gustaba mucho cantar», recuerdan. Y eso lo solía hacer en su propio restaurante, ante sus clientes. 
Bodega Guillermo era un local pequeño, casi una bodega pero con mucho encanto. Hoy alberga un enorme salón con más de dos docenas de mesas. El menú es cerrado. El propietario te advertía que le dejaras hacer, que iba  sorprender al comensal con la calidad y cantidad del producto. Y amenizaba el servicio con cánticos diversos. En función del origen de la clientela, Guillermo Castillo  podía entonar una jota navarra, una habanera o una jota riojana. Lo que hiciera falta por agradar a los clientes. No es de extrañar que su fama trascendiera a las fronteras de la región. Los vecinos del norte sabían de la existencia de su restaurante y del carisma de su propietario.
En el bar Casa Antonia, su camarero le recuerda con cierta discreción. Prefiere ser cauto. «Venía casi todos los días a tomar un café o una caña. No le conocía en profundidad pero era un hombre amable». Otras dos clientes aseguran que llevan muchos años en Cuzcurrita y «era muy conocido, muy divertido y hablador. Todavía no nos lo creemos». Y es que el vecindario quedó conmocionado por este suceso.

Urrecho, alcalde de Cuzcurrita desde 1987 aunque un par de legislatura ostentó la vara de mando su homólogo del PSOE, lo definía así: «Castillo ha sido un tío de toda la vida de Cuzcurrita, un emprendedor, abrió su restaurante, nos dio a conocer a todo el mundo», señaló, muy emocionado, «él solía decir: aquí en este pueblo no se bebe agua sin vino y el café, tiene ser de puchero».